Está dedicado al presidente de los Estados Unidos que sacó al país de la Gran Depresión de 1929 y que, más tarde, lo llevaría a la victoria de la Segunda Guerra Mundial. Es el único presidente estadounidense que ha ocupado la Casa Blanca durante cuatro mandatos consecutivos.
El monumento es obra del arquitecto Lawrence Halprin, y fue inaugurado por Bill Clinton en 1997. Consiste en una serie de esculturas, lápidas y juegos de agua inmersos entre los árboles a lo largo de la orilla del río Potomac. Se divide en cuatro habitaciones al aire libre, una por cada mandato presidencial, en las que se narran 12 años de historia estadounidense.
Los juegos de agua son fascinantes, y son un componente fundamental de la obra desde el punto de vista escénico y simbólico.
Todas las habitaciones contienen una cascada. A medida que se avanza, las cascadas se vuelven más grandes y complejas, formando un paralelismo con la dificultad cada vez mayor de los cuatro mandatos de Roosevelt.
Los numerosos juegos de agua simbolizan distintos sucesos: una única cascada grande por la Gran Depresión, una bajada caótica por la Segunda Guerra Mundial y, por último, un estanque tranquilo por la muerte de Roosevelt.
Antes, el público se podía meter en el agua, pero ahora está prohibido.
Las lápidas están grabadas con citas extraídas de los discursos de Roosevelt, mientras que las estatuas representan escenas de la Gran Depresión o de eventos históricos. Además, hay una estatua del perro del presidente, un terrier escocés negro de nombre Fala, y otra de la primera dama, Eleanor Roosevelt.
Me despido con una curiosidad: en el monumento, hay dos estatuas de bronce de Franklin Delano Roosevelt. Una es del escultor George Segal, en la que el presidente escucha la radio sentado en un sillón, con las piernas cubiertas por una manta, como en la imagen pública.
La otra, justo en frente de la entrada, lo representa en una silla de ruedas. Se colocó en 2001, tras las protestas de la organización de discapacitados estadounidense. Roosevelt siempre había escondido la necesidad de ir en silla de ruedas a causa de una poliomielitis, por temor de que pudiera perjudicarlo políticamente. Sin embargo, tras su muerte se convirtió en un hecho conocido por todos, por lo que ya no tenía sentido seguir negándolo.