¡Notre Dame es una de las iglesias más legendarias de París y del mundo!
En la novela que le dedicó, el escritor Victor Hugo describió esta catedral como "Una sinfonía de piedra, obra colosal de un hombre y un pueblo, producto prodigioso del concurso de todas las fuerzas de una época".
Tu visita comienza en la gran plaza frente a la fachada oeste, el frente principal. La plaza está atravesada por la siempre atestada rue de la Cité, uno de los resultados del plan regulador implementado por el barón Haussmann en la segunda mitad del siglo XIX: anteriormente, la gran catedral estaba inmersa en un dédalo de callejuelas, de impronta medieval.
En el empedrado que precede a Notre Dame puedes ver una estrella de bronce: es el llamado "point zéro des routes de France"/"punto cero de las carreteras de Francia", es decir, el origen de todas las carreteras, el punto desde el cual se calcula la distancia respecto a cualquier otra ciudad francesa. Las placas del pavimento de las calles indican el antiguo sistema viario de la ciudad.
Desde el lado opuesto de la plaza puedes ver la Prefectura, que fue construida en el sitio donde se encontraba una posada frecuentada por literatos como Molière y La Fontaine.
En el lado que da hacia el Sena puedes admirar la estatua decimonónica de Carlomagno a caballo, flanqueado por los dos paladines, Roldán y Oliveros. Al lado tienes el Petit Pont o "puente pequeño", el puente más corto y más antiguo de París. Data de la época romana, sólo mide 40 metros de largo, y conecta la Île de la Cité con la cercana rive gauche, u orilla izquierda, la del "barrio latino". Bajo el suelo que pisan millones de turistas hay también un museo: es la Crypte du Parvis Notre-Dame. De hecho, gracias a las excavaciones arqueológicas efectuadas, así como a las obras viarias, han aparecido los restos de edificios milenarios de diferentes épocas, que van desde las murallas de la ciudad romana a los cimientos de la primera catedral, de época medieval, además de los restos del hospicio para huérfanos del siglo XVIII.
CURIOSIDAD: cuenta la leyenda que un herrero, encargado de hacer las cerraduras y cerrojos de las puertas de la catedral, se dio cuenta de que el trabajo era demasiado difícil, por lo que vendió su alma al diablo para poder terminar a tiempo. En el momento de la inauguración, sin embargo, las puertas no se abrieron. Sólo se consiguió después de rociarlas con agua bendita.