El yacimiento arqueológico se extiende por unos 20 hectáreas, aunque de los 35 edificios identificados solo una parte ha sido excavada y abierta al público.
Una gran estructura de cubierta protege los edificios y permite visitarlos en cualquier época del año. En su interior, pasarelas elevadas guían al visitante a lo largo de las calles de la antigua ciudad, permitiendo observar los restos de las viviendas, los patios y los almacenes.
Mientras caminas por las pasarelas, puedes distinguir las calles empedradas, los muros de las casas de varios pisos, las escaleras que conducían a los niveles superiores e incluso los conductos de drenaje y alcantarillado, cubiertos con losas de piedra.
Las viviendas no seguían un patrón fijo y se caracterizaban por tener ventanas más grandes en los pisos superiores. Los interiores estaban revestidos de yeso, y en grandes tinajas se almacenaban productos como vino, aceite y harina.
El yacimiento también ha revelado extraordinarios frescos que narran escenas únicas de la vida cotidiana, rituales y mitos. Algunos de estos murales, como el de la “Primavera” y el del “Pescador”, han sido cuidadosamente restaurados y trasladados al Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
Por motivos de conservación y seguridad, los hallazgos más valiosos y los frescos más célebres se encuentran hoy en los museos de Fira y Atenas, una razón más para aprovechar la ocasión y visitarlos.
Gracias a los paneles informativos y las leyendas explicativas, te resultará fácil imaginar cómo era la vida en Akrotiri hace 3.600 años.
La visita al yacimiento dura aproximadamente una hora y media, un recorrido fascinante que no requiere preparación previa: basta con dejarse llevar por el silencio y la atmósfera evocadora de este lugar, que narra la historia de toda una civilización.
Curiosidad: El fresco de las “Monas azules”, conservado en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas, resulta especialmente fascinante porque representa monos que no habitaban en la zona, lo que sugiere influencias culturales o conocimientos geográficos más amplios de lo que se pensaba posible en aquella época.
La escena muestra ocho monos de color azul, de cuerpo esbelto y largas colas, trepando por unas rocas. Probablemente se trataba de especies originarias del subcontinente indio, lo que indica que ya en la Edad del Bronce los pueblos del Egeo podrían haber mantenido contactos, a través de sus viajes y su comercio, con regiones muy lejanas.
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