La sala está dedicada a los retratos sombríos y melancólicos de Giovan Battista Moroni, realizados entre 1570 y 1575. El pintor, nacido cerca de Bérgamo, fue un excelente retratista de la pequeña aristocracia provinciana y de la burguesía acomodada que vivía lejos de las grandes ciudades y de las modas artísticas, y cuya riqueza provenía del comercio o de las rentas de sus propiedades. Sus personajes aparecen inmóviles, vestidos de forma austera, a menudo sobre un fondo vacío y uniforme.
Empieza por los dos retratos del matrimonio Spini: Bernardo y Pace Rivola. Destacan porque son retratos de cuerpo entero. Bernardo era comerciante y político, y llama la atención por la vestimenta, rigurosa y a la moda española de la época, con fuertes contrastes entre el negro del traje y el blanco de los puños, del billete y de los guantes.
En cambio, el retrato de la mujer, Pace, se presenta de forma simple, sin trajes pomposos ni joyas, con un vestido de color rojo abrochado hasta debajo del mentón y un abrigo de color negro. Los dos cuadros tienen el mismo tamaño y el mismo fondo porque estaban colgados uno al lado del otro en la casa de los cónyuges.
Ahora, pasa al Retrato de anciano sentado.
Es un cuadro de una extraordinaria intensidad psicológica, y uno de los más memorables de la sala: el sujeto lleva un cómodo abrigo de piel y parece que acaba de cerrar el libro que estaba leyendo. Todos los estudiosos coinciden en subrayar la mirada interrogativa del anciano sentado, como si fuera una especie de reprimenda por haberlo distraído de la lectura de su libro... ¿tú también lo interpretas así?
Igual de profunda es la mirada del cuadro titulado Retrato de un caballero de veintinueve años, con el rostro que parece estar en suspensión sobre el inmaculado cuello.
Ahora, pasa al Retrato de una niña de la familia Redetti. A pesar de su pequeño tamaño, el cuadro no pasa inadvertido debido a su luminosidad.
Como ves, según la moda de la época, la niña viste en estilo español, como los adultos. El tono ocre del vestido contrasta con el blanco de las enaguas, cuyo brillo hace pensar que el tejido sea de raso. La lechuguilla enmarca el rostro infantil, con una expresión a medio camino entre la timidez y el orgullo de posar.
Curiosidad: en el siglo XVI, cuando los españoles dominaban Lombardía, los aristócratas debían adaptarse a la sobria moda española impuesta por el devoto rey español Felipe II, en la que predominaba el color negro.