Cuando se habla de Astino, se hace referencia ante todo a un lugar: el valle de Astino, un surco verde que se abre al oeste de la Ciudad Alta de Bérgamo.
Aquí, entre 1107 y 1117, se establecieron los monjes vallombrosanos, una rama de la orden benedictina fundada en el siglo XI en la abadía de Vallombrosa, en la Toscana. La vocación de esta orden monástica se centra en la oración, el estudio, pero también en el trabajo agrícola, el uso cuidadoso del agua y la atención a los bosques y campos.
El monasterio tomó su nombre del lugar donde se levantó, y la iglesia anexa, dedicada al Santo Sepulcro, fue consagrada en 1117.
Desde entonces, el valle se convirtió en un organismo productivo modelado por los monjes, con huertos, viñedos y canales de riego, y aún hoy conserva un sorprendente carácter rural.
El complejo, que creció rápidamente en importancia también gracias a las donaciones de los nobles locales, ofrecía servicios concretos: hospitalidad a los viajeros, cultivo de los campos y enseñanza básica.
Entre el Renacimiento y la Edad Moderna, Astino se renovó: se modificaron el claustro, los espacios de trabajo y el refectorio, y el arte pasó a formar parte fundamental de la vida cotidiana de los monjes, como demuestra el gran cuadro de la “Última Cena”, del que te hablaré en un archivo dedicado.
El punto de inflexión llegó entre los siglos XVIII y XIX, con las supresiones monásticas, que en Lombardía estuvieron relacionadas primero con las disposiciones de Napoleón Bonaparte y luego con las reorganizaciones austríacas. Astino también sufrió cambios de propiedad y periodos de decadencia; sin embargo, su huella en el paisaje sigue siendo visible: la trama de los campos, las terrazas y los senderos que ascienden hacia las colinas son herencia directa del trabajo monástico.
En el siglo XXI, gracias a las labores de restauración y a una renovada atención, el complejo ha renacido como espacio cultural y espiritual: hoy se puede volver a pasear por el claustro, el refectorio ha recuperado su centralidad simbólica y todo el conjunto acoge iniciativas que ponen en valor tanto el patrimonio artístico como el paisaje agrícola histórico.
Me despido con una curiosidad: en el refectorio, los monjes comían en silencio mientras un lector recitaba pasajes de textos sagrados; por ello, en muchos monasterios —Astino incluido— una representación de la “Última Cena” se colocaba precisamente en este espacio, como recordatorio visual del sentido comunitario de la comida.
1 hora de uso
Desbloquea la Inteligencia Artificial (IA) y amplía tu experiencia
¿Quieres explorar aún más o descubrir ciudades que aún no están cubiertas por la aplicación?
Activa nuestra IA.
Te guiará con el mismo tono atractivo, respondiendo a tus curiosidades en tiempo real.