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español Idioma: español

Muchos de los que pasan por aquí de camino al estadio no saben que, hace cientos de años, a este lugar venían a parar los enfermos de peste para pasar sus últimos días en el Lazzaretto.

 

El enorme edificio se construyó a principios del siglo XVI en un lugar bastante lejano de la población, en mitad del campo, para evitar el contagio.

En su interior, hay un patio inmenso en forma de prado, en cuyo centro hace un tiempo se alzaba la iglesia de San Roque y San Sebastián, santos de los que se esperaba una curación milagrosa. Los contagiados se alojaban en pequeñas habitaciones. Las puedes ver desde el pórtico, cada una con una pequeña puerta y una ventana.

En las habitaciones, hay una chimenea que ocupa el centro de la pared, un váter ventilado por una pequeña ventana, un lavabo y un simple armario empotrado. La estancia se iluminaba con candiles de aceite o velas.

Los ciudadanos estaban convencidos de que la peste era un castigo divino y participaban en grandes procesiones para pedir perdón por sus pecados. Desgraciadamente, los remedios que había entonces contra la enfermedad resultaban inútiles y los enfermos, que ya llegaban en estado grave al Lazzaretto, morían en muy pocos días.

 

La ola de peste más terrible fue la de 1630, narrada por Alessandro Manzoni en su célebre novela Los novios. En solo cinco meses, murieron casi 60.000 personas en el área de Bérgamo, una grandísima parte de los habitantes de la época.

Los muertos eran tan numerosos que no se podían sepultar en las iglesias, como se había hecho hasta entonces. Por tanto, los sepultureros, en aquel entonces conocidos como monatti, los enterraban en fosas comunes fuera de las murallas de la ciudad y los cubrían con cal viva para desinfectar.

 

Hoy, en el Lazzaretto tienen lugar manifestaciones públicas y eventos y, durante generaciones, ha sido el punto deportivo de referencia de la ciudad.

 

Me despido con una curiosidad: en el siglo XVII, uno de los remedios contra la peste consistía en llevar consigo una bola de madera de ciprés, laurel o enebro, en cuyo interior se introducía una esponja impregnada en aguarrás, vinagre, ruda machacada, mejorana, rosas rojas y bolas de alcanfor. 

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