Mucho antes de que el cardenal Angelo Maria Durini se enamorara del promontorio de Lavedo y ordenara construir allí su espléndida villa, aquí se alzaba un monasterio de monjes franciscanos, construido probablemente entre los años 1200 y 1300.
En 1787, se construyó la nueva residencia en su lugar, que el prelado llamó Balbianello para distinguirla de la residencia Balbiano, más grande, que había comprado anteriormente al cardenal Gallio.
Durante los dos siglos siguientes, la propiedad cambió de manos varias veces e inevitablemente sufrió transformaciones. Todo lo que se puede contemplar hoy en día es principalmente obra del empresario Guido Monzino, que renovó completamente la villa, cambiando también los frescos y el mobiliario, y moldeó el jardín con las complejas formas que aún hoy lo caracterizan.
Monzino lo compró en 1975 y, a su muerte en 1988, lo donó al FAI, el Fondo Ambiente Italiano, junto con un importante legado que permitiría mantener la propiedad y los jardines exactamente como él los había diseñado.
A diferencia del parque, las estancias de la villa, repletas de muebles, tapices y objetos de arte, solo pueden visitarse bajo la supervisión de un guía del FAI. Entre las salas más impresionantes se encuentra la logia central, donde se encuentra la biblioteca, con una amplia colección de libros sobre alpinismo, y la sala de cartografía, donde se recogen mapas y grabados antiguos del lago. También es único el Museo delle spedizioni, que alberga todos los recuerdos relacionados con las hazañas llevadas a cabo por Monzino.
De hecho, su mayor pasión eran los viajes y el alpinismo. Completó 21 expediciones en cinco continentes, nueve de ellas en los glaciares de Groenlandia. Fue el primer alpinista italiano en conquistar la cima del Everest, en 1973, y el único que ha llegado al Polo Norte en trineo. Lo consiguió equipado con 14 trineos tirados por 180 perros y acompañado por 22 guías esquimales.
Cuando compró la villa tenía un proyecto en mente: crear una fundación dedicada a los estudios de alpinismo y de los Polos. Por desgracia, murió repentinamente con solo 60 años, pero ya había creado el Museo delle Spedizioni, donde recopiló ordenadamente mapas y herramientas de viaje, incluido uno de los trineos que utilizó para llegar al Polo.
Curiosidad: en tono de broma, a Monzino le gustaba llamar a Villa Balbianello su vigesimosegunda Gran Empresa, porque tardó unos veinte años en hacer realidad su sueño de comprarla.