Dos importantes capillas, que encontrarás fácilmente gracias a las señales, albergan las monumentales tumbas de reyes y emperadores reubicadas aquí después de la reconstrucción de la basílica.
El primer sarcófago con dosel de pórfido pertenece a Enrique VI, que fue emperador del Sacro Imperio Romano Germánico de 1189 a 1197 y padre del gran Federico II. La elección del pórfido no es casual: se trata de una piedra muy dura, utilizada para los monumentos más importantes, reservada para los emperadores también en el Imperio Bizantino.
Detrás del sarcófago de Enrique VI puedes ver el de su esposa, Constanza I de Sicilia, también en pórfido y con un imponente baldaquino de mosaico.
Un antiguo sarcófago romano de mármol blanco, decorado con una escena de caza, alberga a Constanza II de Aragón, primera esposa de Federico II. En su interior se encontró la preciosa corona que se puede admirar en el fascinante Tesoro de la Catedral.
El magnífico sarcófago que verás, de pórfido con fondo semicircular, sostenido por cuatro leones que sostienen figuras humanas entre sus patas y rematado por un monumental baldaquino con seis columnas de mármol rojo, es la tumba de Federico II, que murió en 1250. Más tarde, también se enterraron allí al rey Pedro II de Aragón, en 1352, y a una mujer desconocida.
Detrás, protegido por un baldaquino análogo suntuosamente decorado con mosaicos, se encuentra el sepulcro de Roger II, el primer rey de Sicilia, muerto en 1154 y abuelo de Federico II. Formado por placas de pórfido, está sostenido por telamones, es decir, figuras masculinas, talladas en mármol. El último a la izquierda es el sarcófago de Guillermo de Aragón, fallecido en 1338. El difunto está vestido con hábito dominicano, como signo de devoción.
Sabemos que dos de los sarcófagos fueron transportados aquí por voluntad de Federico II desde la catedral de Cefalú, a la cual Roger II los había donado. Probablemente se trate de los sarcófagos de Enrique VI y de Federico II.
Curiosidad: la madre de Federico II, Constanza, tenía cuarenta años cuando se quedó embarazada. Como la población no terminaba de creerse que a esa edad se pudiera dar a luz, la reina se vio obligada a hacerlo en público, en una plaza de Jesi, para disipar cualquier duda.