La Casa de la Venus en la Concha es una de las residencias más célebres de Pompeya. Su nombre proviene del gran fresco que decora el jardín, dedicado a la diosa Venus.
La casa, descubierta en las excavaciones realizadas entre 1933 y 1953, pertenecía con toda probabilidad a la poderosa familia de los Satrios, muy influyente en los últimos años de Pompeya, como lo demuestran las inscripciones electorales halladas en los muros exteriores.
Desde el punto de vista arquitectónico, la vivienda sigue el esquema típico de las domus romanas, aunque con algunas peculiaridades. El acceso se realizaba a través de estrechos pasillos decorados con pinturas del tercer estilo en tonos rojos y amarillos, que conducían a un atrium cuadrangular. En el centro se hallaba el impluvium, la alberca destinada a recoger el agua de lluvia. Alrededor del atrio se abrían varias estancias: los cubicula, habitaciones privadas decoradas con escenas mitológicas y motivos ornamentales; un triclinium, el comedor, con pinturas del tercer estilo sobre fondo negro; y el amplio tablinum, el despacho del dueño de la casa, utilizado para los negocios y las recepciones formales.
El verdadero corazón de la residencia era el peristilo, el gran patio porticado que se extendía más allá del atrio. Las columnas estriadas del pórtico enmarcaban un amplio espacio ajardinado dividido en parterres rectangulares, con un sendero que dirigía la vista directamente hacia el monumental fresco de Venus.
Alrededor del peristilo se abrían numerosas salas, entre ellas un gran oecus, o salón de banquetes. En el momento de la erupción, las paredes de esta estancia estaban sin decorar: se estaban realizando obras de restauración, probablemente tras los daños causados por el terremoto del año 62 d.C.
Las demás habitaciones que rodean el peristilo, en cambio, muestran espléndidos frescos del cuarto estilo pompeyano, caracterizados por ilusiones arquitectónicas y grandes paneles figurativos. El efecto general era espectacular: caminando bajo los pórticos y mirando hacia el fondo, el visitante tenía la impresión de encontrarse en un auténtico paraíso pintado, donde la naturaleza, el mito y la vida cotidiana se entrelazaban armoniosamente.
Curiosidad: en cuanto a la naturaleza, los estudios recientes y los análisis arqueobotánicos han permitido identificar las plantas originales del jardín —como mirtos, tejos y rosas gálicas— que han sido replantadas in situ. Estas especies no eran casuales: tanto el mirto como la rosa eran sagrados para Venus, lo que convertía el jardín no solo en un espacio de placer visual, sino también en un lugar de profundo significado simbólico.
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