Antes de empezar a visitar las espléndidas viviendas que se encuentran aquí en Pompeya, déjame darte alguna información general sobre cómo estaban organizadas las domus romanas y sobre algunos términos recurrentes que escucharás.
En primer lugar, es importante saber que el terremoto del año 62 d. C. provocó grandes cambios en la ciudad. De hecho, muchos romanos adinerados habían optado por vender sus domus a ricos libertos, es decir, esclavos liberados, que se habían enriquecido enormemente gracias al comercio y que podían permitirse el lujo de poseer suntuosas mansiones, espléndidamente decoradas con frescos.
Puedes descubrir muchos detalles sobre el estilo de estas obras escuchando el archivo que habla específicamente sobre ello.
A menudo, las villas surgían de la unión, en una sola propiedad, de varias domus, comunicadas con las tiendas del propietario o con estancias utilizadas como almacenes. Un ejemplo llamativo es la Casa del Jardín de Hércules, donde se demolieron nada menos que tres casas para crear un gran jardín donde se cultivaban flores para la creación de perfumes con los que comerciaba el señor de la casa.
Ahora, vamos a descubrir cómo era la domus por dentro.
Una vez pasada la entrada, se accedía al atrio, un gran espacio alrededor del cual se disponían diversas estancias, incluidas las habitaciones de invitados. Todas las habitaciones, llamadas cubículos, eran muy pequeñas para poder calentarlas. El atrio del centro tenía una abertura en el techo, el compluvium, que servía para recoger el agua de lluvia en el impluvium, una pila rectangular que se abría en el suelo. Desde aquí, el agua se canalizaba hacia una cisterna o, en caso de exceso, se vaciaba en la calle.
Los romanos eran muy devotos de los dioses patronos de la familia, los lares, por lo que siempre había un edículo, es decir, un nicho utilizado como pequeño templo que daba al atrio, donde se guardaban las estatuillas que representaban a las divinidades patronas de la casa.
Desde el atrio, los invitados podían acceder al tablinum, el despacho del señor de la casa, o a la exedra, una sala donde tenían lugar las conversaciones, o al triclinium, el elegante comedor donde se celebraban los banquetes y donde los comensales comían cómodamente reclinados en triclinios, camas en las que podían sentarse hasta tres personas.
Desde el atrio, un pasillo conducía al peristilo, un patio con un bonito jardín, rodeado de pórticos alrededor de los cuales estaban las habitaciones reservadas a los miembros de la familia.
Curiosidad: las ventanas eran pocas, pequeñas y estaban colocadas en alto por miedo a los robos. En aquella época no había bancos para depositar el dinero y los objetos de valor, que se guardaban en las casas en cajas fuertes.