El magnífico Castillo del Buonconsiglio es el complejo monumental más importante y conocido de Trento. Lo primero que te llamará la atención es su impresionante extensión. Está formado por numerosos edificios de diferentes períodos y está rodeado por imponentes murallas. Consecuencia directa de esta rica estratificación histórica es la extraordinaria variedad de estilos de las estancias, gracias a la cual la visita del castillo se transforma en un viaje fascinante entre poderosas torres medievales, refinadas logias venecianas, frescos renacentistas y decoraciones barrocas con un toque decididamente teatral.
La posición, ligeramente elevada en comparación con la ciudad, deja clara la misión originaria de esta construcción: proteger a la población; de hecho, el castillo se encuentra donde antes había un antiguo castrum romano construido con fines defensivos.
Aunque se encuentra dentro de las murallas de la ciudad, el castillo tiene sus propias murallas, reforzadas por algunos bastiones semicirculares.
Alzando la vista más allá de las murallas es fácil intuir cuál es el núcleo original del edificio: la torre de Augusto, la alta torre cilíndrica que corona el llamado Castelvecchio. Este castillo del siglo XIII, reconstruido en 1440, desde 1259 se convirtió en el hogar de los príncipes-obispos que gobernaron la ciudad durante más de cinco siglos.
En el siglo XVI, el entonces cardenal Bernardo Clesio mandó construir el Magno Palazzo, la nueva residencia de los obispos, mientras que en época barroca se construyó la Giunta Albertiana, que conecta la estructura medieval con el palacio.
Después de la supresión del principado episcopal a principios del siglo XIX, el castillo se convirtió en un cuartel. Propiedad de la Provincia Autónoma de Trento, en el trascurso del siglo XX fue objeto de varias campañas de restauración que han devuelto al monumento su esplendor original. Desde 1924, el Castillo del Buonconsiglio es un museo.
Curiosidad: ¿sabes por qué el castillo se llama del Buonconsiglio, «del buen consejo» en italiano? En un principio, el área donde se encontraba se llamaba Malconsey, un nombre que no transmite nada bueno, nacido de la semejanza con la expresión latina Castrum malli seu consilii, es decir, «castillo de la asamblea pública». A partir del siglo XIV, sin embargo, se prefirió cambiar su nombre a Buonconsiglio, un término mucho más adecuado para un edificio creado para proteger la ciudad.
