La Iglesia de San Francisco Javier, que forma parte del complejo jesuita, es un excelente ejemplo de arquitectura barroca, construida entre 1708 y 1711.
El proyecto original de la iglesia sigue siendo incierto: algunos lo atribuyen a Andrea Pozzo, renombrado arquitecto y pintor barroco; otros consideran que fue obra de Gaudenzio Mignocchi.
El lugar donde se levanta la iglesia tiene una larga historia, ya que anteriormente albergó otros edificios, como el Palacio de las Costede y una torre medieval. Curiosamente, la decisión de construir la iglesia se aplazó hasta 1708, a pesar de que los jesuitas habían recibido permiso para residir en la zona ya en 1648.
Un hecho interesante relacionado con la iglesia es su uso como arsenal durante la ocupación francesa, tras la supresión de las órdenes religiosas en 1773. Solo después de que la orden jesuita recuperara su importancia, el edificio volvió a su función original y se emprendieron trabajos de restauración.
Antes de entrar, te invito a admirar la fachada, donde puedes observar varias estatuas dispuestas en dos niveles: en la parte inferior, San Francisco de Borja a la izquierda e Ignacio de Loyola a la derecha; por encima de ellos, Francisco Regis a la izquierda y Luis Gonzaga a la derecha.
Sobre la entrada, en un elemento decorativo, se encuentra la estatua de San Francisco Javier.
El uso del mármol rojo y blanco de las montañas circundantes crea un contraste cromático sorprendente que realza la belleza de la fachada. Los motivos decorativos que rodean las esculturas, como las formas de concha, reflejan un estilo distintivo característico del período barroco.
En la parte superior de la fachada destacan elementos decorativos vinculados a la tradición jesuita, como una Cruz de Lorena y un emblema especial con las letras IHS, símbolo de la Compañía de Jesús.
Curiosidad: en 1915, durante la Primera Guerra Mundial, la Iglesia de San Francisco Javier acogió temporalmente los restos de Francisco II de Borbón, último rey del Reino de las Dos Sicilias. Esta medida se adoptó para protegerlos del avance del frente de guerra. En 1923, los restos fueron trasladados a Nápoles.
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