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Como con la mayoría de las obras de Vermeer, también La carta es un pequeño misterio; de hecho, no hay ningún documento anterior a su aparición en el mercado de anticuarios a finales del siglo XIX. El lienzo no tiene fecha, y los estudiosos lo sitúan alrededor de 1670. En la pared posterior, a la izquierda de la sirvienta, está el monograma IVM, la firma abreviada del pintor.

La obra encaja perfectamente en el camino creativo y poético de Vermeer, que utiliza detalles y elementos ya presentes en otras pinturas, como la cortina de brocado y la bata de pelo bordada de color amarillo de la dama, representada al menos en seis lienzos.

A diferencia de muchas de sus pinturas, como La lechera o Mujer leyendo una carta, el sujeto no está pintado directamente frente a una ventana. Al contemplar la luminosa escena, tienes la impresión de estar espiando desde una oscura antecámara. Es el único caso en el que Vermeer utiliza esta estratégica perspectiva, bastante frecuente entre sus coetáneos, pintores de interiores.

Toda la pintura sugiere la idea de actividades para poner orden y limpieza interrumpida, y el sentido de cotidianeidad se ve acentuado por la escoba y las zapatillas abandonadas en primer plano.

Una relación de miradas, sentimientos y complicidad femenina anula las diferencias sociales. La dama parece preocupada por la carta de amor que acaba de recibir, y la ingeniosa criada, que probablemente ya sabe el contenido, sonríe en tono tranquilizador.

Siempre es importante para Vermeer el lenguaje simbólico de «cuadros dentro del cuadro». Presta atención a los lienzos colgados en las paredes: el mar en calma en el paisaje detrás de las dos mujeres es el emblema de un amor feliz, mientras que el barco con las velas desplegadas alude al proverbio holandés «aunque estés lejos, no lo estás del corazón».

 

Curiosidad: un aspecto de la meticulosa técnica de Vermeer fue la elección de los pigmentos, a menudo muy caros, como el azul ultramar usado también para La lechera, o el amarillo, usado para Mujer leyendo una carta.

Aunque al contemplar las obras de Vermeer parezca que hay infinidad de colores, en realidad solo se han detectado veinte pigmentos.

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