Pieter Brueghel el Viejo

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La sala más concurrida de la pinacoteca es siempre la que alberga una incomparable serie de cuadros del gran pintor flamenco Pieter Brueghel el Viejo, realmente extraordinarios por su riqueza de detalles, su fascinación por la naturaleza y, sobre todo, su realismo desencantado hacia el mundo y las personas. Obras como La torre de Babel o La boda campesina están justamente reconocidas como algunas de las pinturas más famosas del mundo.

Una auténtica y encantadora escena invernal es la obra titulada Los cazadores en la nieve, que originalmente formaba parte de un ciclo de pinturas dedicadas a distintas épocas del año, realizadas hacia 1565. Tras entrar en las colecciones del emperador Rodolfo II, el ciclo se dispersó con el saqueo de Praga durante la Guerra de los Treinta Años. Tras complejos trabajos, solo se pudo reconstruir parcialmente. Probablemente incluía seis cuadros, dedicados a pares de meses climáticamente similares. De hecho, la tradición flamenca solía incluir dos periodos intermedios en el relato de las estaciones, el comienzo de la primavera y el final del otoño. Actualmente se conservan cinco escenas: Los segadores, en el Museo Metropolitano de Nueva York, La siega del heno, recientemente devuelta a una colección privada de la República Checa, y los tres paneles del Kunsthistorisches Museum: El día oscuro, Los cazadores en la nieve y El regreso de la manada. Todos los temas están relacionados con el trabajo en el campo y se desarrollaron con una aguda sensibilidad hacia lo cotidiano y lo real. Se enmarcan en solemnes contextos ambientales y constituyen un momento fundamental del desarrollo de la pintura de paisaje.

La famosa escena de Los cazadores en la nieve, con el contraste entre el blanco de la nieve y las siluetas negras de los personajes entre los árboles, nos sumerge en el frío y el silencio del invierno. Pocas obras de arte consiguen transmitir tal sensación del aire helado, casi cristalizado, que rodea las cumbres más altas y escarpadas. Abajo, en el valle, en el diminuto pueblo acurrucado al pie de las gigantescas montañas, los niños que juegan en el estanque helado aportan una agradable nota de alegría.

 

 

Curiosidad: Brueghel, que vivía en las llanuras entre Amberes y Bruselas, quedó muy impresionado por las altas cumbres de los Alpes en un viaje a Italia. El cuadro, inspirado en aquella experiencia, sigue transmitiendo el evocador recuerdo de aquellas montañas.

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