CASTILLO

Tercer Patio Y Palacio Real

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El tercer patio del castillo es el más grande y espectacular, y se ve perfectamente desde el arco del pasaje, que encuadra de forma escenográfica la fachada de la catedral.

La plaza está rodeada por las largas alas del palacio presidencial, del siglo XVIII. La residencia de los eclesiásticos que trabajan en la catedral se encuentra aislada.

 

Tanto el suelo como el mobiliario urbano son una elegante obra maestra del arquitecto esloveno Joze Plecnik, autor del obelisco en memoria a los caídos de la Primera Guerra Mundial. En el centro de la plaza hay una copia de una estatua de bronce del siglo XIV con San Jorge y el dragón.

El espacio se extiende irregularmente en torno a la abrupta mole de la gran iglesia gótica, y las partes más antiguas del viejo palacio real lo enclaustran en su lado derecho.

 

El antiguo palacio real se construyó en el siglo XII y Carlos IV lo renovó con fantasiosas formas góticas, pero en el incendio de 1541 sufrió graves daños. Así, sus funciones como residencia real se trasladaron al ala del castillo, alrededor del segundo patio. No obstante, las partes que sobrevivieron son de una belleza extraordinaria.

 

La visita a los salones monumentales empieza justo al pasar la entrada, con el salón Vladislav, el corazón del apartamento real. Es un espacio para reuniones de más de sesenta metros de largo, cubierto por un fantasioso sistema de bóvedas de crucería, diseñadas por el arquitecto Benedikt Ried a finales del siglo XV, con un efecto espectacular. Desde aquí, se puede ver la antigua capilla de Todos los Santos, renovada en el siglo XVI. Los salones de la derecha, que hace tiempo fueron el apartamento real, se transformaron en la sede de la cancillería imperial, en estilo renacentista.

 

Curiosidad: en el primer salón, tuvo lugar la famosa «defenestración de Praga». El 23 de mayo de 1618, algunos representantes de la aristocracia protestante capturaron a dos gobernadores imperiales católicos y a un secretario suyo, y los lanzaron por la ventana, a una altura de más de 10 metros, y cayeron sobre el estiércol que habían colocado los campesinos. Ninguno sufrió heridas graves; tanto es así que los católicos interpretaron la supervivencia de estos desdichados como un signo propicio de Dios. La práctica de arrojar invitados desde el castillo se repitió tres veces más a lo largo de la historia. La tercera inició una guerra entre protestantes y católicos que duró treinta años.

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