Malá Strana, el «lado pequeño» de Praga que se encuentra sobre la empinada orilla izquierda del río Moldava.
Malá Strana se desarrolla al otro lado del puente de Carlos, a lo largo de la estrecha y escarpada parte montañosa entre el Moldava y el castillo, y da la impresión de que en todo el barrio no haya un solo edificio posterior al siglo XVIII: adornos barrocos, detalles refinados, antiguos carteles y tiendas de anticuarios enriquecen la extraordinaria elegancia del barrio.
Jardines, palacios e iglesias, uno detrás de otro, en una sucesión fascinante de escaleras, galerías, cúpulas y agujas, acentuada por la perspectiva insólita de las calles con una pronunciada pendiente y por la presencia de estatuas, columnas, portales y tabernáculos.
Se caracteriza por ser la zona más «praguense» y, al mismo tiempo, la más cosmopolita, de tono internacional en la arquitectura y en los ambientes urbanos. Por otra parte, los edificios históricos albergan numerosas embajadas y representaciones diplomáticas.
En Malá Strana, debido al terreno en pendiente y a la densidad arquitectónica, parece que todo sea estrecho. La excepción más llamativa es la espectacular iglesia de San Nicolás, que parece que está casi a punto de explotar en el centro de los pórticos que rodean la preciosa plaza principal del barrio. Diseñada en 1703 por los arquitectos Cristoph y Kilian Dientzenhofer, padre e hijo, las labores de construcción y decoración de esta inmensa iglesia tardobarroca se prolongaron durante medio siglo, y se concluyeron con la finalización de la alta y abultada cúpula y del campanario, ambos revestidos con techos de cobre.
Luminosa y serena, la iglesia de San Nicolás interpreta el sentido del edificio sagrado como lugar festivo y cautivador. En su interior, los enormes frescos en perspectiva, la luz que entra por las ventanas, los estucos y los elementos decorativos componen un conjunto alegre que parece estar en perpetuo y frenético movimiento.
Curiosidad: el campanario de San Nicolás, caracterizado por un gran reloj, no goza de buena fama entre los praguenses, a pesar de su indudable belleza arquitectónica y de las excepcionales vistas que hay desde la galería. Se debe a que, durante el periodo comunista y gracias a su posición dominante, albergaba un puesto de guardia, hoy abierto al público, desde el que la temida policía del régimen controlaba la actividad de los habitantes y de las embajadas extranjeras que se encuentran en las cercanías.