El Empire State Building, uno de los mayores símbolos verticales de Nueva York, es sin lugar a dudas el rascacielos más famoso de la ciudad, a pesar de que su figura lineal y austera, con extravagantes detalles art déco, no sea ni mucho menos una de las más fascinantes del panorama urbano neoyorquino.
Este impresionante edificio de 443 metros saltó a la fama no solo por el récord de altura, que ostentó durante más de treinta años (desde 1931 hasta 1967), sino también por el poco tiempo que tardó en construirse, menos de dos años. Además, este rascacielos fue el primero en superar el umbral de los 100 pisos, 103 para ser exactos, aunque inicialmente se habían previsto solo unos ochenta.
Debido a la reñida competición que había entre los constructores de la época por construir la torre más alta, decidieron añadir otros tres pisos durante el transcurso de las obras, con el objetivo de superar al cercano Chrysler Building.
El ritmo literalmente vertiginoso de las obras, con una media de cuatro plantas a la semana, se mantuvo gracias a la mano de obra inmigrante, entre los que había italianos e irlandeses, y a la de los nativos Mohawk, provenientes de una reserva canadiense, dotados de un sentido del equilibrio excepcional que resultó de lo más útil para completar este desafío arquitectónico.
El mejor momento para contemplar el rascacielos es de noche, cuando sus últimas treinta plantas se iluminan de diferentes colores en función de los eventos cotidianos, locales, nacionales o mundiales, prestablecidos según un programa preciso. Si quieres, tú también puedes reservar una iluminación personalizada para celebrar un evento importante: todo irá en proporción, sobre todo el desembolso económico.
Curiosidad: la imponente aguja de la cima se pensó inicialmente para anclar los dirigibles y, de este modo, permitir a los afortunados pasajeros descender a la terraza, que actualmente se usa como observatorio. Aparte de un único caso en el que un zepelín consiguió completar con éxito esta ardua empresa, la idea se abandonó en favor de la instalación de una larga asta metálica que servía, en términos mucho más prácticos, para instalar antenas, luces y repetidores de radio y televisión, además de desempeñar su función como pararrayos.