EMPIRE STATE BUILDING

Observatorio

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español Idioma: español
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En la entrada de mármol del Empire State Building, entre los diferentes elementos art déco, te recomiendo la imponente pintura del techo, en honor a la era de las máquinas; además, en la pared que hay detrás de la recepción, destaca el medallón en el que el rascacielos está representado como una especie de faro que irradia luz desde la aguja.

Ahora, pon el audio en pausa y dirígete a uno de los ascensores de la segunda planta que, a través de un viaje vertical supersónico de solo sesenta segundos, te lleva al primero de los dos observatorios.

 

En la impresionante terraza de la planta 86, si no sufres de vértigo, podrás disfrutar de una increíble vista panorámica de 360° de la ciudad y, si el día está despejado, podrás ver hasta los cuatro estados colindantes con Nueva York: Massachusetts, Connecticut, Nueva Jersey y Pensilvania.

Igual te sorprende que este observatorio principal, que recibe cada día a miles de visitantes, fuera la verdadera salvación de este coloso. De hecho, una vez terminado, a las puertas de la Gran Depresión, la mayor parte de las oficinas previstas en su interior quedaron vacías, hasta el punto de que empezaron a apodarlo irónicamente Empty State Building, es decir, «el edificio vacío».

En cambio, gracias a la apertura al público de la terraza en la que te encuentras ahora, en aquel tiempo la primera en construirse y, obviamente, la más alta, el Empire State Building se salvó de la quiebra, y se convirtió en una de las atracciones turísticas más importantes.

Si quieres seguir subiendo, en la planta 102 hay otro observatorio, esta vez cerrado, situado a casi 400 metros de altura, justo en la base de la aguja que alcanzó, sin usar el ascensor, el atlético King Kong en los años treinta del siglo pasado.

Curiosidad: habrás notado que la terraza está rodeada por unas sólidas protecciones metálicas que parecen transformarla en una jaula dorada. Se instalaron para evitar los numerosos intentos de suicidio que se sucedieron desde que se finalizó la construcción del edificio y que, a excepción de un par de casos increíbles, consiguieron siempre su trágico objetivo.

Esta macabra costumbre la empezó, en 1931, un obrero que acababa de perder su trabajo y, desde aquel momento, por desgracia, fueron muchas personas las que siguieron su ejemplo, casi una treintena.

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