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Union Square es una de las plazas más populares de Manhattan y, haciendo honor a su nombre, es el punto de encuentro, o mejor dicho, de «unión», de gente de todo tipo: estudiantes, empresarios, artistas callejeros, oradores, patinadores y ajedrecistas.

La plaza, ocupada por un pequeño parque central, alberga también un dinámico «mercado de agricultores», destino de chefs de renombre y de amantes de la buena cocina en general. Su oferta gastronómica cambia dependiendo del día de la semana.

 

Ahora, pon el audio en pausa y dirígete hacia el One Union Square.

 

¿Has visto lo que hay en la fachada? Se trata del Metronome, una polémica obra de arte compuesta, a un lado, por un enorme reloj digital cuyas primeras siete cifras a la izquierda indican la hora actual, con minutos, segundos y décimas de segundo, mientras que las de la derecha, que se leen al contrario, el tiempo que falta para que acabe el día; en cambio, al otro lado, aparecen unos círculos concéntricos dorados, una especie de enorme manecilla diagonal y, a sus pies, un gran trozo de roca madre.

Por si todo eso no fuera suficiente, del agujero central no solo salen de vez en cuando inesperados chorros de vapor, sino también una enorme mano de bronce al más puro estilo de la familia Adams; se trata de una réplica de la mano de la estatua de George Washington que se encuentra en el parque de abajo.

Esta obra, metáfora del tiempo geológico, solar, lunar, cotidiano, horario e instantáneo, indignó a los lectores del New York Times que, en las «cartas al director», expresaron su demoledora opinión considerando la obra una clara metáfora de la pérdida del tiempo.

 

Me despido con una curiosidad: entre los edificios que lindan con Union Square, detente en el número 33 de la calle Union Square West. Se trata del Decker Building, reconocible por su particular estilo, con influencias de las tradiciones veneciana e islámica. Dicha fantasía arquitectónica parecía estar predestinada a albergar la de otro fantasioso artista, Andy Warhol, que trasladó allí su célebre y extravagante estudio The Factory. Sin embargo, el ambiente de la época, entre anfetaminas y «superestrellas de Warhol», se ha reemplazado por una tranquila tienda de inocentes caramelos multicolores para niños de todas las edades. 

 

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