El Cementerio Nacional de Arlington, que aunque no se encuentre en el Distrito de Columbia, sino en Virginia, se considera igualmente parte de la visita de la ciudad.
El cementerio de Arlington es un lugar único en su especie. Aquí están enterrados los caídos de todas las guerras en las que ha participado Estados Unidos, desde la Guerra de Secesión hasta nuestros días. Se distingue del resto de cementerios porque, a pesar de que pueda existir alguna diferencia ornamental entre las tumbas, todas tienen una lápida idéntica, sin distinción de importancia o rango, y están dispuestas en filas regulares.
El último lunes de mayo de cada año se celebra el Memorial Day o Día de los Caídos, en el que se coloca una bandera de los Estados Unidos en cada tumba.
El cementerio se divide en setenta secciones; entre ellas, hay una dedicada a las víctimas del terrorismo, otra a las enfermeras y otra a los capellanes de guerra, mientras que los miembros de los Estados Confederados del Sur que murieron durante la Guerra de Secesión se encuentran agrupados en una zona dedicada solo para ellos.
En el amplio cementerio, que ocupa más de 24 hectáreas, se encuentra también el Arlington Memorial Amphitheater, un impresionante anfiteatro circular de mármol blanco de Vermont rodeado por una columnata doble.
Los capiteles de las columnas son de estilo dórico. En cambio, los arquitrabes y los frisos son jónicos para dejar espacio a las inscripciones que enumeran las 44 grandes batallas de la Guerra de Secesión.
El nivel más bajo presenta un «klismos», es decir, una forma de silla griega antigua destinada a los gobernantes. Además, podrás observar que el escenario y el anfiteatro están diseñados de tal forma que quien habla tenga que mirar hacia abajo durante las ceremonias fúnebres y las celebraciones.
Me despido con una curiosidad: las cuatro tumbas de los soldados desconocidos, una por la Primera Guerra Mundial, otra por la Segunda, otra por el conflicto de Corea y otra por la Guerra de Vietnam, forman parte del anfiteatro. Sin embargo, una está vacía, ya que durante la presidencia de Bill Clinton se realizó un análisis de ADN del soldado enterrado en ella y se descubrió su identidad. De este modo, se pudieron entregar los restos del joven Michael Blassie a la familia.