¡Montmartre es uno de los lugares más sugerentes de París!
Aquí podrás respirar la atmósfera del mundo bohemio paseando por las estrechas y empinadas calles de la Butte, el nombre francés de la colina.
Tienes que saber que Montmartre cuenta con raíces que se remontan a los celtas, y que su nombre proviene del latín y significa "monte de los mártires", en recuerdo de los cristianos martirizados, entre ellos San Dionisio, primer obispo de París: de hecho, en la época romana se utilizaba para las ejecuciones.
La población del barrio aumentó significativamente a partir del siglo XVIII, cuando muchos trabajadores se trasladaron hasta aquí debido a que las casas costaban menos y estaban más cerca de las fábricas situadas a los pies de la colina. En 1860, Montmartre, hasta entonces municipio independiente, fue incorporado a la ciudad y se convirtió en el decimoctavo arrondisement.
En la segunda mitad del siglo XIX, su carácter comienza a cambiar: de zona periférica y popular, con huertos y fábricas, pasa a convertirse en el centro de la vida nocturna, con locales para bailar y divertirse. Entre las innovaciones más placenteras de la Belle Époque parisina se encuentra sin duda la del "tiempo libre", el derecho al ocio para todas las clases sociales.
A finales del siglo XIX París se había convertido en un inmenso escenario, que ofrecía espectáculos de todo tipo y para todos los gustos: además de la ópera tradicional nace el cine de los hermanos Lumière, las salas de baile están siempre llenas, así como los teatros y los locales donde se exhiben chansonniers y bailarinas. Espectáculos siempre nuevos, sorprendentes por la provocadora despreocupación con la que movían las piernas las bailarinas del cancán.
En el siglo XX el barrio pierde definitivamente su carácter trabajador y se convierte en un lugar casi legendario, el predilecto de escritores y artistas. Por ejemplo, Picasso y Braque abrieron sus talleres en un espacio construido sobre un antiguo lavadero.
CURIOSIDAD: dos locales históricos de Montmartre llevan el nombre de "molinos". El primero es el Moulin de la Galette, el café que contaba con un espacio al aire libre para los populares bailes dominicales, y que se alza donde antes había un molino en el que se molía la harina. El segundo es el Moulin Rouge, un molino "falso", sin otra función que la de señalar de modo inconfundible un local de enorme éxito.