En este fascinante espacio abierto sin divisiones, dedicado a las esculturas de la época arcaica, me limitaré a hablarte solo de dos esculturas: el Jinete Rampin y el Moscóforo.
El Jinete Rampin es una de las estatuas más célebres del museo porque es el único ejemplo de escultura ecuestre que se conserva del arte griego del periodo arcaico; de hecho, se remonta al 550 antes de Cristo. Representa a un muchacho a caballo, completamente desnudo y con el rostro iluminado con una sonrisa. Por la corona de apio que lleva en la cabeza, se cree que podría ser el ganador de una competición ecuestre, ya que era el premio que se daba en las carreras. Si prestas atención, la estatua aún tiene restos de color rojo y negro.
Observa la relación entre la rigidez esquemática del torso y la refinada ejecución del cabello y la barba, que enmarcan el rostro. El semblante está iluminado por la llamada «sonrisa arcaica», que era un modo más simple de esculpir la boca.
Ahora, pon el audio en pausa y vuelve a reproducirlo cuando estés frente a la estatua de un joven con un ternero sobre los hombros, llamado Moscóforo.
El Moscóforo, que significa «portador» del ternero, representa a un rico y devoto noble de nombre Rhombos, que lleva sobre sus hombros un pequeño ternero para ofrecerlo en sacrificio a la diosa Atenea. A los pies de la estatua hay una inscripción que reza «Dedicado por Rhombos, hijo de Palos».
Las dos figuras se funden armoniosamente gracias al juego de las líneas del contorno, a la combinación de las cabezas y a la cruz que forman los brazos del joven con las patas del animal. Los ojos abiertos de par en par, en aquella época rellenos de pasta vítrea, marfil y hueso para dar color y vida a la pupila, junto con la sonrisa arcaica, hacen que su expresión sea profundamente humana. En todas las obras de este periodo, la cabeza no es un retrato realista, sino una imagen idealizada de un hombre feliz de ofrecer un regalo a la divinidad.
Curiosidad: la preciosa cabeza del Jinete Rampin es solo una copia de yeso. La auténtica se encontró en 1877 y la compró el diplomático francés Rampin, del que toma su nombre, quien la donó al Museo del Louvre de París, donde aún se puede contemplar junto al calco del torso y del caballo. En cambio, el resto de la obra, que se recuperó más tarde, se quedó en Atenas.