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El templo de Zeus Olímpico es el más colosal de Grecia y uno de los más grandes de la Antigüedad.

Te encuentras frente a los restos del que fue uno de los templos más impresionantes jamás construidos: tenía 110 metros de largo y 43 de ancho, con columnas que superaban los 17 metros, el equivalente a un edificio de seis plantas.

 

Ahora solo quedan en pie 15 columnas, pero intenta imaginártelo entero, con tres filas de ocho columnas en las dos fachadas y dos filas de 20 en los lados, con un total de 104 columnas.

Pero, ¿quién realizó una obra tan asombrosa? El ambicioso proyecto lo iniciaron los Pisistrátidas, los tiranos que gobernaron Atenas antes del asentamiento de la democracia, alrededor del 515 antes de Cristo. Ansiosos de gloria, querían superar al templo de Artemisa en Éfeso, considerado una de las siete maravillas del Mundo Antiguo.

Sin embargo, los tiranos fueron expulsados muy pocos años después, en el 510, por lo que su obra, que simbolizaba su poder absoluto, quedó abandonada. Solo la plataforma y algunos elementos de las columnas, de estilo dórico, fueron completados, y el templo permaneció en este estado durante 336 años.

Hacia el 175 antes de Cristo, cuando Grecia estaba bajo el dominio macedonio, el poderoso soberano Antíoco IV volvió a poner en marcha la obra, confiándola al arquitecto romano Décimo Cosucio, que rediseñó el templo en estilo corintio, utilizando mármol del monte Pentélico para su construcción. No obstante, con la muerte de Antíoco, las obras se volvieron a paralizar en el 164 antes de Cristo, cuando el templo aún no estaba del todo terminado.

Se completó en el 132 después de Cristo siguiendo el proyecto de Cosucio, gracias al emperador romano Adriano, que añadió un recinto de mármol a su alrededor, convirtiéndolo en el eje de la ciudad. Detrás del edificio, los atenienses levantaron una gigantesca estatua de Adriano en honor a la generosidad del emperador, mientras que una colosal estatua de Zeus ocupaba la cella del templo.

 

Me despido con una curiosidad: en el año 80 antes de Cristo, el general romano Sila saqueó el templo y se llevó algunas columnas a Roma, donde se reutilizaron para la construcción del Templo de Júpiter, en la Colina Capitolina.

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