Te encuentras en la basílica inferior: con luz del exterior, el acceso al mundo misterioso que rodea el cuerpo del santo era aún más sugerente, como si de un cofre precioso se tratara. Hoy en día, la luz eléctrica ya no tiene este efecto, pero intenta imaginar cómo era para los antiguos peregrinos, que venían desde muy lejos para acercarse al santo que había revolucionado la forma de creer en Dios, sumergirse en la luz vacilante de las lámparas de aceite.
La iglesia inferior era entonces un entorno misterioso y maravilloso que custodiaba los restos de San Francisco escondidos en el subsuelo. En el siglo XIX, se descubrieron los restos y se hicieron accesibles a través de la escalera por la que aún hoy se puede bajar, pero en aquella época, la presencia del santo solo se distinguía por el altar y por los brillantes frescos que se encuentran encima.
Si alzas la mirada por encima del altar, verás las representaciones sobre fondo dorado que ilustran las ideas básicas de la Orden Franciscana. Probablemente sean obra de Giotto, el pintor más famoso de su tiempo, quien las realizaría bajo la dirección de algún sabio teólogo franciscano. Si observas entre las numerosas figuras, mejor si lo haces con unos binoculares, verás una curiosa escena: Francisco, flanqueado por Jesús, que lo observa con dulzura, pone el anillo de bodas a una delgada figura femenina vestida con ropas andrajosas. Observa las zarzas a los pies de la mujer: verás que, a sus espaldas, se convierten en rosas para simbolizar cómo una cosa desagradable puede volverse maravillosa. Representa el matrimonio místico del santo con la pobreza: no poseer nada era uno de los valores de la espiritualidad franciscana.
Pero, ¿cuál era el rostro de San Francisco? Dirígete a la derecha, bajo la gran bóveda donde Giotto, como siempre ayudado por numerosos pintores de su taller, narró la vida de Cristo.
Ahora, pon el audio en pausa y busca un fresco ligeramente diferente: se titula Maestà di Asissi, obra que Cimabue pintó con solemne monumentalidad.
San Francisco se encuentra a la derecha, de pie, con ropajes raídos y con los estigmas bien visibles. Pero lo que más llama la atención es su rostro, con sus increíbles orejas de soplillo, ¡podría tratarse de un verdadero retrato!
CURIOSIDAD: cerca de la tumba del santo arde la lámpara de los municipios de Italia. Cada año, un municipio distinto ofrece el aceite necesario para mantenerla encendida en la solemne fiesta patronal del 4 de octubre.