Mientras recorres las dos naves laterales de la basílica, te sugiero que te detengas a observar los diez antiguos sarcófagos colocados a lo largo de las paredes.
Nueve de ellos albergaban los restos de importantes arzobispos de Rávena que vivieron entre los siglos VI y IX d. C., mientras que uno, descubierto en 1909 bajo el suelo de la basílica, lleva el nombre de una niña romana: Licinia Valeria.
A lo largo de la nave derecha hay también una losa de mármol de gran importancia, ya que indica el lugar donde San Apolinar fue enterrado originalmente, cuando esta zona se utilizaba como necrópolis. La inscripción de la losa explica también que fue el arzobispo Maximiano quien mandó construir esta basílica dedicada al santo, como se lee en el texto, que traducido significa: «En este lugar se encuentra el sarcófago del beato Apolinar, sacerdote y confesor..., gracias al beato, el arzobispo Maximiano...».
Otra reliquia de gran belleza e importancia es el Ciborio de San Eleucadio, situado a la izquierda del altar, justo donde termina la nave izquierda.
Ahora, pon el audio en pausa y vuelve a reproducirlo cuando llegues a él.
El término ciborio indica un pequeño templo de cuatro columnas que suele dominar el altar de las basílicas cristianas. El que tienes delante, perfectamente conservado, data del siglo IX y fue construido para la iglesia de San Eleucadio, segundo sucesor de San Apolinar. El ciborio se trasladó aquí alrededor del año 1400.
Debajo del pequeño templo se puede ver el pequeño altar dedicado a Santa Felícula, una mártir del siglo IV cuyas reliquias fueron donadas al obispo de Rávena por el papa Gregorio I hacia el año 592.
Me despido con una curiosidad: los sarcófagos utilizados para enterrar a los arzobispos no se hicieron expresamente para ellos. En realidad, se trata de objetos de una época anterior que fueron recuperados y reciclados.