¡La Capilla Sixtina es uno de los tesoros artísticos más maravillosos del mundo!
Cada año, alrededor de 10 millones de turistas atraviesan como tú los kilométricos pasillos de los Museos Vaticanos y se dirigen decididos a la Capilla Sixtina, donde se quedan maravillados, o más bien abrumados, por la belleza y el poder de los frescos de Miguel Ángel. Pero no debes olvidar que este es un lugar de culto: desde hace más de medio milenio es la sede del "cónclave", la solemne ceremonia para la elección del papa, con un ritual que concita y emociona a los fieles.
Y ahora un poco de historia: la capilla está vinculada al nombre del papa Sixto IV, elegido papa en agosto de 1471. Durante su largo pontificado dejó una fuerte impronta arquitectónica y urbanística en la ciudad, especialmente en la zona de la colina del Vaticano, cerca de la antigua basílica dedicada a San Pedro, que luego sería arrasada hasta los cimientos para construir la actual.
Además de organizar una grandiosa biblioteca, poniendo al frente de su gestión a célebres humanistas y encargando su decoración a Melozzo da Forlì, y además de encargar a Antonio del Pollaiolo un impresionante monumento sepulcral de bronce, también ordenó construir un lugar específico para celebrar el cónclave y otras importantes ceremonias pontificias, es decir, la Capilla Sixtina.
Su estructura externa no es muy llamativa: una sencilla construcción rectangular cubierta por un techo a dos aguas en el que puedes distinguir la famosa chimenea que anuncia el resultado de las votaciones de los cardenales. La capilla se alza junto a un antiguo torreón de las murallas de la ciudad, y no fue casualidad que los trabajos se iniciaran en 1477 por un arquitecto experto en fortificaciones.
Naturalmente, en el interior el efecto es completamente diferente, empezando por el refinado suelo de mosaicos de mármol, y por la elegante celosía también de mármol que divide en dos esta amplia sala rectangular de cuarenta metros de largo y unos catorce de ancho.
CURIOSIDAD: obviamente Miguel Ángel tenía varios ayudantes, aunque sólo fuera para mezclar los colores y dárselos. Pero los contrataba y despedía a menudo: ninguno de ellos debía poder reivindicar que había colaborado en la totalidad del techo de la Capilla Sixtina.