Como probablemente hayas oído decir, en la capilla más sagrada del catolicismo, Miguel Ángel da la impresión de adherirse a algunas de las doctrinas apoyadas por la Reforma de Martín Lutero. Por ejemplo, la severidad de Cristo juez, que se representa joven, atlético, sin barba y tan enérgico que es capaz de crear un vórtice de terror incluso entre aquellos más cercanos a él, como los santos más importantes. Incluso la Virgen parece acurrucada y asustada, mientras su hijo separa a los bienaventurados de los condenados, el cielo del infierno, los ángeles de los demonios.
Te sientes casi aplastado por una impresionante masa de cuerpos, en su mayoría desnudos, suspendidos entre el Infierno y el Paraíso, en un caos aterrador en el que sin embargo se advierte una inteligencia superior. Si los comparas con los atletas pintados por Miguel Ángel en la misma capilla treinta años antes, estos desnudos ya no tienen nada de heroico: son simples envolturas de hombres aterrorizados, golpeados, abrumados y aturdidos por las trompetas. En las escenas del Infierno puedes reconocer fácilmente la influencia de la Divina Comedia: citas directas al Infierno de Dante son Caronte, el barquero que transporta las almas y golpea con el remo a los que se retrasan, y Minos, el juez infernal que retuerce su larga cola alrededor del cuerpo de los condenados para determinar la gravedad de la pena.
El hombre que había dominado la naturaleza con su inteligencia, que creía en los ideales de justicia y de belleza, este hombre fuerte y seguro que el propio Miguel Ángel había exaltado en los ignudi de la bóveda, ahora aparece vacío y abatido. La piel muerta de San Bartolomé, en cuyo horrible rostro descolgado esconde Miguel Ángel un desesperado autorretrato, te transmite claramente esta sensación de hundimiento del mundo y de un gran ideal. El tiempo de las ilusiones ha pasado; el Renacimiento italiano, de hecho, se termina aquí.
CURIOSIDAD: en los años posteriores al famoso Concilio de Trento, que da inicio a la época de la Contrarreforma, el Juicio Final fue el centro de encendidas polémicas, hasta que se decidió cubrir con "calzones" y velos sus "obscenidades", muy alejadas del "decoro" requerido por un lugar tan oficial y simbólico como la Sixtina. El pintor Daniele da Volterra, que fue el encargado de la desagradable tarea, será apodado "el Braghettone".
Menos de un mes después morirá Miguel Ángel. En la segunda mitad del siglo pasado, finalmente, gracias a las restauraciones, se eliminaron los repintados y las veladuras, para devolver así a las figuras de Miguel Ángel su plena, trágica e inmensa veracidad.