Una antigua profecía de hace casi 1.500 años dice: "Mientras exista el Coliseo, también existirá Roma; cuando caiga el Coliseo, también caerá Roma; cuando caiga Roma, también caerá el mundo". Así que empiezo a describirte desde el exterior este mítico monumento, que entre sus muchos privilegios cuenta el de ser el anfiteatro más grande del mundo. A diferencia de la mayoría de los anfiteatros, por otra parte, no está edificado sobre una superficie en pendiente, sino que tiene una estructura totalmente autónoma capaz de sostenerse por sí misma.
En primer lugar, te advierto de un error habitual: ¡el Coliseo no es redondo! Tiene la forma de un óvalo que mide 188 metros en su parte más larga y 156 en la más corta, y tiene 57 metros de alto. No se sabe con certeza el nombre del arquitecto, pero se supone que sería el mismo que construyó el Palacio de Domiciano, en la colina del Palatino.
La estructura externa está hecha completamente de travertino, una clara roca caliza típica del Lacio, que verás en muchos monumentos de Roma. Se divide en cuatro niveles: los tres primeros están constituidos por ochenta arcos separados por pilares que tienen semicolumnas adosadas y que siguen los órdenes arquitectónicos clásicos, es decir, dórico, jónico y corintio. El cuarto nivel no tiene arcos y está decorado con fustes de columnas que apenas sobresalen de la pared, así como pequeñas ventanas. Los arcos del segundo y el tercer nivel estaban decorados con estatuas de mármol, que como puedes imaginar fueron robadas con el paso del tiempo, al igual que el resto de la decoración.
CURIOSIDAD: en el año 1200, en el interior del Coliseo, se construyó un palacio, habitado por la familia romana de los Frangipane. ¡Estuvo habitado hasta el siglo XIX!
En época fascista se llegó incluso a proyectar la transformación del Coliseo en un hotel de lujo: ¡por suerte todo quedó en nada!