Una vez que entres en San Pedro quedarás casi aturdido por su tamaño: se estima que puede contener hasta sesenta mil fieles. Para llegar desde la entrada a la pared del fondo tienes que caminar 218 metros, el equivalente a dos campos de fútbol, ¡uno detrás del otro!, y la superficie útil supera los 15.000 metros cuadrados. Aquí dentro puedes sentir todo el poder de la arquitectura renacentista y los trucos visuales de Bernini, que hacen que el conjunto resulte proporcionado y armonioso, en una fusión perfecta de estilo, luz y colores. Al final de la nave central, en un emocionante vaivén de espacios, se abre ante ti, majestuosa, la cúpula. El extraordinario baldaquino que está debajo ocupa la posición del altar mayor.
Sin embargo, cuando a principios del siglo XVII el arquitecto Carlo Maderno añadió las naves y completó la fachada, el inmenso cuerpo con una planta central de la basílica concebida por Bramante y Miguel Ángel estaba ya radicalmente alterado. El efecto era el de un edificio "vacío", desconcertante y enorme, casi desprovisto de puntos de referencia: el altar mayor, muy distante, era pequeño, casi invisible, sometido por las gigantescas dimensiones de la estructura.
El gran Bernini dedicó más de treinta años a la obra de San Pedro, es decir, la parte central de su larga carrera: desde las decoraciones más pequeñas hasta la inmensa plaza que tiene delante, desde las tumbas de los papas al baldaquino del altar mayor, y desde las estatuas de bronce a las hornacinas de los pilares principales. Todos estos trabajos se consideran parte de un único programa, realizado durante un largo periodo de tiempo, aunque con un resultado de gran eficacia en su conjunto, más allá de la extraordinaria calidad de cada una de las obras escultóricas.
Antes de empezar la visita a la basílica, ve inmediatamente a la primera capilla de la derecha, para admirar su obra de arte más célebre, la Piedad, con la que Miguel Ángel, con sólo 23 años, se asienta en la cumbre de la escultura de su tiempo. A partir de un motivo de origen alemán (la Virgen sentada con el cuerpo de Cristo muerto sobre sus rodillas), Miguel Ángel modela el mármol con una finura extraordinaria. Las superficies son lisas, perfectas, y la delicadeza del rostro de la joven María suscita una profunda conmoción. Todavía puedes ver el nombre de Miguel Ángel grabado en la banda que corre sobre el pecho de la Virgen: la Piedad quedará como su única obra firmada.
CURIOSIDAD: si miras el suelo de la nave central, observarás una serie de estrellas. Cada estrella indica el punto que ocuparía una iglesia si se colocase dentro de San Pedro. Por ejemplo, ¡Notre Dame de París ocuparía cerca de dos tercios de la basílica!