¡La Villa Farnesina es uno de los lugares más mágicos de Roma!
La elegante villa que visitarás hoy perteneció a Agostino Chigi, banquero rico y culto, miembro de la familia sienesa que también vinculó su nombre al del actual edificio sede del Consejo de Ministros. La villa se llama sin embargo "la Farnesina" porque a finales del siglo XVI fue comprada por la familia Farnese.
Su arquitecto, Baldassarre Peruzzi, era sienés como el propietario. Si miras la fachada, por un lado te parecerá la de un palacio de ciudad, con dos plantas divididas por cornisas regulares; la parte posterior, en cambio, tiene un aire más "campestre", con dos alas laterales y una profunda galería de cinco arcos. Pero hubo un tiempo en el que la parte de atrás era la entrada principal, con sus espléndidos frescos mitológicos realizados según cartones de Rafael.
A lo largo del techo se narra la antigua fábula de Cupido y Psique, mientras que en el centro de la bóveda podrás admirar el Banquete de los dioses. Rafael transformó el lugar en una falsa pérgola abierta hacia el cielo, creando un maravilloso efecto de continuidad entre arquitectura, decoración y naturaleza.
Las salas interiores de la Farnesina son una muestra de la mejor decoración de principios del siglo XVI. Te seducirá el grandioso juego de ilusiones de las parejas de columnas pintadas en la Sala de las Perspectivas.
Además, no te pierdas el dormitorio donde El Sodoma, pintor originario del Piamonte, realizó con exquisita gracia y gusto decorativo los frescos de las Nupcias entre Alejandro Magno y Roxana; pero es en el salón más importante donde te espera el golpe de efecto: el luminoso Triunfo de Galatea, obra maestra de Rafael. La protagonista de la escena, desbordante de vitalidad y claramente inspirada en el arte antiguo, es la ninfa que cruza el mar sobre una extraña embarcación, una gran concha equipada con rueda de paletas y de la que tiran dos delfines.
CURIOSIDAD: las fiestas que organizaba Agostino Chigi eran famosas por su lujo: el anfitrión invitaba a sus invitados a que lanzasen al Tíber las valiosas vajillas, que en realidad luego se recuperaban ¡gracias a unas redes ocultas bajo el agua!