Ahora te encuentras en el espectacular salón en el que se celebraban las reuniones de la Escuela. Es una de las estancias renacentistas más espectaculares de la ciudad: más de 43 metros de largo, 17 de ancho y casi 10 de alto. Tiene una estructura limpia y airosa, tachonada de preciosas ventanas de doble arco, y un hermoso suelo; al fondo, detrás de una balaustrada, puedes admirar un impresionante altar de mármol. Los faroles que ves a los lados se llevaban en procesión en las ocasiones solemnes. Pero, por supuesto, el salón está unido a los lienzos de Tintoretto, que vuelve a trabajar en la Scuola di San Rocco unos diez años después de haber decorado la sala que acabas de ver.
En primer lugar, te sugiero un pequeño truco: para observar las obras del techo llévate un pequeño espejo, ¡o de lo contrario tendrás tortícolis! Ten en cuenta que los lienzos del techo están dedicados a episodios del Antiguo Testamento, y los de las paredes, todos cuadrados, a episodios del Evangelio. Son más de treinta obras, sin contar las piezas menores, pintadas en un plazo de cinco años: realmente un trabajo extenuante para Tintoretto y su taller, ¡si piensas que en el mismo período también participaron en la decoración del Palacio Ducal! Si a continuación quieres ver cómo era Tintoretto en esa época, ve a ver el autorretrato, con una pose muy devota, que dejó a la Escuela.
Como habrás notado, estos lienzos tienen en común una gran vivacidad de movimientos y un extraordinario virtuosismo de ángulos y perspectivas. El tema principal, la ayuda que Dios ofrece a los fieles, se representa en tres inmensos lienzos en el techo, cada uno de unos 25 metros cuadrados. Los temas se toman del libro bíblico del Éxodo, que narra el viaje del pueblo de Israel detrás de Moisés.
CURIOSIDAD: si te preguntas por qué el edificio que estás visitando se ha dedicado precisamente a San Roque, debes saber que el santo, que vivió en Francia a principios del siglo IV, se dedicó en vida a cuidar de los enfermos, y fue ejerciendo esta actividad en Piacenza como enfermó de peste bubónica. Entonces se retiró a un bosque en compañía de su fiel perro, que a diario le traía el alimento necesario, y allí fue curado por un ángel. Por eso, desde entonces, se convirtió en el santo protector de los enfermos de peste.