La obra Las Tres Gracias del escultor Antonio Canova es, sin duda, una de las estatuas más famosas de todos los tiempos. Canova está considerado el mejor escultor del neoclasicismo, hasta el punto de que lo comparan con Fidias, el incomparable escultor de los templos de Atenas. Cuando realizó esta obra, la estatua de las Tres Gracias tuvo un enorme éxito, tanto que, al poco tiempo, el artista tuvo que hacer una copia para el Duque de Bedford que hoy se conserva en el Victoria and Albert Museum de Londres.
La escultura que estás viendo fue un encargo que la esposa de Napoleón Bonaparte, Josefina de Beauharnais, hizo al artista en 1812. Sin embargo, Josefina murió tres años antes de que se terminara la obra, por lo que fue su hijo Eugène quien se la quedó.
La estatua, realizada a partir de un solo bloque de mármol, representa a las tres hijas mitológicas de Zeus y Eurínome: Eufrósine, Aglaya y Talia que, según se dice, representan respectivamente la alegría, la elegancia y la belleza de la juventud.
En esta obra, Canova ha querido reproducir en la escultura el ideal de belleza femenina que transmite alegría y serenidad tomando como ejemplo las obras clásicas.
Fíjate en la elegancia con la que las tres chicas se entrelazan en un abrazo; tienen una expresión serena y sus miradas se cruzan entre sí casi excluyendo al observador. Su unión parece remarcada por el fino velo que, colocado sobre el brazo de la figura de la derecha, descansa suavemente sobre las otras dos. Observa la habilidad con la que Canova es capaz de expresar la ligereza del velo. Fíjate también en los detalles de los elaborados peinados, en cómo el artista ha marcado cada mechón con ondas y rizos para conseguir un aspecto suave. La obra destila una sensualidad única, delicada, y de la posición y las miradas de las chicas, se infiere el profundo vínculo que las une.
Las flores que se pueden entrever en la columna de la izquierda están relacionadas con el culto a la naturaleza al que estaban vinculadas las Gracias: se dice que allí donde las tres chicas apoyaban los pies, crecían flores.
Curiosidad: si te preguntas cómo llegó esta obra maestra a Rusia desde Francia, enseguida te lo explico. Esta obra fue heredada por un nieto de la emperatriz Josefina, el duque de Leuchtenberg, que se casó con la gran duquesa María Nikolaevna de Rusia, hija del zar Nicolás I. Así que, desde 1901, luce en un lugar espléndido en el Hermitage.