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El Museo Ruso es, probablemente, el mejor lugar para descubrir el encanto del arte ruso. Está dividido en cinco edificios, pero las colecciones principales se encuentran en el Palacio Mijailovsky y su anexo, el Ala Benois.

Aun así, si tienes tiempo, te recomiendo que compres una entrada para visitar las demás sedes, todas ubicadas en el centro de la ciudad, donde podrás admirar el interior de estos espléndidos edificios: Palacio de Mármol, el Palacio Stróganov, el más suntuoso de todos, y el Castillo Mijailovsky.

El Palacio Mijailovsky, sede principal del museo, fue construido entre 1819 y 1825 por el arquitecto napolitano Carlo Rossi para servir de residencia al Gran Duque Mijaíl Pavlovich Romanov, hermano del zar Alejandro I.

El palacio se caracteriza por sus dos fachadas diferentes pero igualmente impresionantes mientras que, para la decoración del interior, Rossi trabajó con algunos de los escultores más importantes de la época. Desafortunadamente, los únicos elementos que han sobrevivido hasta nuestros días son la hermosa escalera principal y la magnífica Sala Blanca.

En 1895, el palacio pasó a ser propiedad del estado, y por voluntad del zar Nicolás II se convirtió en el Museo Ruso. Con el fin de albergar esta gran colección, cuyo núcleo original consistía en una colección de obras del zar Alejandro III, se tuvieron que modificar muchos de los espacios interiores.

Con la Revolución Rusa de 1917, y gracias a la nacionalización de muchas obras privadas, la colección creció considerablemente y hoy cuenta con alrededor de 400 000 obras entre iconos, cuadros, dibujos y esculturas realizadas entre el siglo X y el periodo actual, repartidas en 94 salas y expuestas en orden cronológico.

Te recomiendo la sala número 7, caracterizada por un espectacular techo y magníficos tapices, el precioso mobiliario de la sala 11, llamada Sala Blanca, y la enorme pintura Reunión del Consejo de Estado, de Ilya Repin, que domina la sala número 54.

 

Me despido con una curiosidad: el Castillo Mijailovsky se construyó como residencia del zar Pablo I, pero tras llevar tan solo 80 días viviendo allí, se convirtió en el lugar de su atroz asesinato, que tuvo lugar en su dormitorio.

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