En el perfil urbano de Barcelona, entre las agujas de la Sagrada Família y la línea del mar, destaca una silueta singular y futurista: la Torre Glòries, uno de los símbolos de la Barcelona contemporánea.
Con una altura de 144 metros, fue diseñada por el arquitecto francés Jean Nouvel, junto al estudio catalán b720 Fermín Vázquez, e inaugurada en 2005.
Su aspecto es inconfundible: una torre ovalada y estilizada, completamente revestida con más de 4.000 paneles de vidrio de colores. Durante el día, su superficie refleja la luz del sol, mientras que por la noche se ilumina gracias a un sofisticado sistema de LED programables capaz de generar más de 16 millones de combinaciones cromáticas.
Para su diseño, Jean Nouvel se inspiró en dos elementos profundamente ligados a la identidad catalana:
– la montaña de Montserrat, con sus formas redondeadas,
– y la arquitectura de Gaudí, que unía naturaleza y simbolismo.
Según el arquitecto, la torre representa un géiser de luz que emerge de la tierra, una metáfora de la energía y vitalidad de Barcelona.
Su ubicación tampoco es casual. La torre se alza en la Plaça de les Glòries Catalanes, en el barrio de Poblenou: una antigua zona industrial convertida hoy en el distrito “22 Arroba”, epicentro de la innovación, la tecnología y el diseño.
En su interior se encuentra el Mirador Torre Glòries, un espacio panorámico y expositivo abierto al público.
La visita comienza en la planta baja con una muestra interactiva que combina arte y ciencia para explicar Barcelona de forma innovadora.
Después se asciende hasta la planta 30, donde un observatorio circular, a 125 metros de altura, ofrece una vista de 360 grados sobre la ciudad: desde el mar hasta la Sagrada Família, pasando por las colinas del Tibidabo.
No es solo un mirador, sino una auténtica experiencia sensorial, donde el arte digital, la luz y el sonido dialogan con la arquitectura. Es un lugar que habla de la Barcelona del futuro, sin renunciar a sus raíces creativas.
Curiosidad: los barceloneses acogieron la torre con cariño, pero también con humor. Su forma redondeada inspiró numerosos apodos divertidos, desde “el pepino luminoso” hasta el más popular: “Suppositori”, es decir… ¡el supositorio!
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