A pesar de su enorme tamaño, parece que el Partenón esté perfectamente proporcionado, ya que transmite una sensación de serena y majestuosa fuerza y equilibrio. Para conseguir este efecto, Ictino usó algunos recursos sorprendentes: la base es ligeramente más alta en el centro que en los extremos, para evitar así la sensación de que se pliega bajo el peso del templo. Además, las columnas están ligeramente inclinadas hacia el interior; de esta forma, desde lejos no parece que sobresalgan hacia el exterior. Y eso no es todo: también presentan un ligero abultamiento para no parecer demasiado estrechas. Se trata de correcciones ópticas apenas perceptibles, pero necesarias para que el monumento resulte armónico a la vista. Como ves, se cuidó hasta el mínimo detalle para que el templo pareciera perfecto.
Sin embargo, el mayor tesoro del Partenón eran sus esculturas, obra de Fidias, uno de los escultores más famosos de todos los tiempos y amigo personal de Pericles. En los dos frontones se encontraban dos variopintos grupos de estatuas espectaculares, que glorificaban el nacimiento de Atenea y su victoria sobre Poseidón. Dentro del tempo se encontraba la colosal estatua de la diosa, inmersa en la misteriosa penumbra y cubierta de oro. Pero eso no es todo: en la estructura arquitectónica horizontal que sostenía el techo, había 92 placas esculpidas con escenas de mitos y episodios de guerra.
Como ves, la cella que conservaba la estatua de Atenea ha desaparecido casi por completo. Sobre la pared, discurría un friso ornamental que narraba la solemne procesión que tenía lugar durante la fiesta religiosa más importante de la antigua Atenas.
Podrás contemplar muchas de estas esculturas en el Museo de la Acrópolis. En cambio, si quieres ver los magníficos frontones originales, tendrás que ir al British Museum de Londres.
Curiosidad: muchos ciudadanos consideraban un tirano a Pericles, el político ateniense que ordenó la construcción de los monumentos de la Acrópolis. Sus adversarios no se atrevían a atacarlo directamente, por lo que la tomaron con su protegido, Fidias, al que acusaron de haber robado parte del oro que debía destinarse a la estatua de Atenea. Fidias consiguió defenderse, pero más tarde se le acusó de profanación por haberse representado a sí mismo junto a Pericles en el gigantesco escudo de la estatua. El famoso escultor acabó en prisión, donde murió probablemente envenenado.