¡La Capilla Brancacci es una de las principales obras maestras del renacimiento florentino!
Te encuentras en el popular barrio de San Frediano, al otro lado del Arno.
A la derecha de la iglesia de Santa María del Carmine, renovada con formas barrocas a finales del siglo XVIII a causa de un grave incendio, podrás admirar la Capilla Brancacci, decorada con frescos destinados a cambiar el curso de la historia de la pintura.
Una vez superada la entrada, atraviesas un agradable claustro del siglo XVII y algunos espacios del antiguo convento carmelita, como el Refectorio y la Sala de la Columna, donde puedes ver interesantes frescos que van del siglo XIV al XVI. Un pasaje a la izquierda te lleva a la capilla, que está separada del resto de la iglesia para permitir su visita incluso durante las misas.
Su historia comienza en 1424, cuando el banquero y recaudador de impuestos Felice Brancacci confía la tarea de realizar los frescos de la capilla de su familia a dos pintores que siempre trabajan juntos, aunque manteniendo cada uno características propias reconocibles: Masolino da Panicale, activo desde hacía unos años entre Florencia y Empoli, y Masaccio, que tiene en ese momento 23 años. Los frescos están dedicados a la vida y milagros de San Pedro. Puedes reconocer la mano de Masolino en las escenas más sosegadas, con expresiones delicadas y más matizadas, mientras que notarás que los episodios pintados por Masaccio se caracterizan por una solemnidad más rígida, casi estatuaria.
En estos frescos puedes ver claramente cómo los dos jóvenes artistas abandonan definitivamente la herencia estilística del gótico y proponen una nueva visión, basada en la perspectiva y en las proporciones anatómicas correctas del cuerpo humano.
Los frescos quedaron sin terminar, completándolos unas seis décadas más tarde Filippino Lippi. Filippino Lippi era hijo de Filippo Lippi, otro gran pintor, fraile carmelita, famoso por escaparse del convento con una hermosa monja.
CURIOSIDAD: no contentos con mandar al exilio a los Brancacci, los Medici hicieron destruir a martillazos todas las caras de los personajes secundarios de los frescos de la Capilla, ya que representaban a diversos componentes de la familia Brancacci, algo habitual en aquel tiempo.