Florencia es la patria de la famosa fiorentina a la parrilla, un solomillo de Chianina, una raza bovina que se cría en la Toscana.
Pero, además, aquí puedes probar otros platos típicos.
El entrante más conocido son los crostini de hígado, es decir, rebanadas de pan toscano tostado, sin sal, con paté de hígado de conejo y anchoas. O la bruschetta, una rebanada de pan tostado con ajo y aceite. También forman parte de los tentempiés del aperitivo.
El pan sin sal, típico de la Toscana, es la base de la pappa al pomodoro y de la ribollita: dos potajes, uno de tomate fresco y el otro de col rizada y alubias, en los que se moja el pan seco. Existe una versión más antigua de la ribollita que se llama simplemente «potaje de pan».
Entre los primeros platos, encontrarás los pappardelle: tallarines de huevo muy largos, acompañados de ragú, setas o salsa de jabalí.
Sin embargo, el punto fuerte de la cocina florentina son los segundos platos. Sobre todo la carne estofada al vino, un tipo de cocción típico de la Toscana. En Florencia se usa el Chianti, ya que se produce en las colinas que rodean la ciudad.
También podrás probar la trippa, callos de vacuno estofados con cebolla, zanahoria y tomate, y el cervello, filetes de cerebro de vaca fritos en mantequilla.
El único segundo plato de pescado típico de Florencia es el bacalao a la florentina. El bacalao era el único pez de agua salada que llegaba a la ciudad hasta que se inventó el frigorífico. La receta florentina consiste en freír el bacalao y, después, cocinarlo con tomate.
En cambio, el postre florentino más extendido proviene del Renacimiento: el castagnaccio o migliaccio. Es una fina tarta cocida al horno de harina de castañas secas, agua, aceite, azúcar, piñones y pasas.
Curiosidad: desde el medievo, en Florencia se vende un tipo de comida callejera especial, el lampredotto. Se trata de un bocadillo relleno de estómago de vaca que recibe su nombre de la lamprea, un pez con el que guarda un cierto parecido.
¡Que aproveche!