Tu recorrido continúa por un grupo de salas (de la 16 a la 24) no de grandes dimensiones pero sí de importante significado histórico: de hecho están dispuestas como lo estaban hace cuatro siglos.
Se inicia con la Tribuna, diseñada a finales del siglo XVI para exponer con el máximo esplendor los tesoros de las colecciones de los Medici. Con el paso de los siglos no ha dejado de ser un tesoro lleno de maravillas, aunque las principales pinturas se trasladaran a otras salas. Te impresionará la riqueza de la decoración, con muebles revestidos de paneles de piedras semipreciosas, y encontrarás fascinante el espectáculo de ver esculturas antiguas en medio de pinturas del siglo XVI, entre otras varios retratos de la familia Medici, obra de Agnolo Bronzino. En el centro puedes admirar la Venus de los Medici, copia romana de mármol del siglo I antes de Cristo de un original de Praxíteles. Pero no mires sólo delante de ti: levanta la vista. Verás que el techo abovedado está cubierto con un magnífico motivo de conchas de madreperla.
Tu recorrido continúa por varias salas dedicadas a la pintura renacentista, de entre finales del siglo XIV y principios del XV, de diversas escuelas italianas y extranjeras, con pinturas de pequeño tamaño, pero siempre de enorme calidad. Aquí, sólo por citar dos nombres, puedes disfrutar de todo el encanto de las pinturas de Giovanni Bellini y Giorgione.
El paso por el corto corredor del fondo te ofrece la oportunidad de hacer una pausa para contemplar el paisaje. Aleja por un momento la mirada de la sucesión de obras maestras de la pintura y disfruta del placer de estar en una "galería con vistas", sobre todo por el espléndido escenario de las colinas de Oltrarno, con la bella iglesia románica de San Miniato al Monte, a la izquierda.
Descansada la vista y la mente, pasa ahora al largo pasillo que tienes delante, dedicado en su mayor parte a la pintura del siglo XVI.
CURIOSIDAD: la Venus de los Medici, en el centro de la Tribuna, se ha tenido siempre por una obra maestra de la escultura clásica y por un modelo de elegancia, debido al gesto púdico de las manos que cubren sus partes íntimas.
Cuando Napoleón se adueñó de la Venus y la llevó al Louvre, el gran escultor Antonio Canova, para consolar a los florentinos de su pérdida, esculpió la Venus Itálica, del mismo tamaño y con un gesto similar. La puedes ver en el Palacio Pitti, adonde se trasladó cuando la antigua Venus fue devuelta a los Uffizi.