Y ahora un poco de historia. Antes que nada debes saber que los papas no han vivido siempre en el Vaticano: durante muchos siglos su residencia estuvo en el palacio que está al lado de San Juan de Letrán. Durante el siglo XIV, la sede pontifica se trasladó temporalmente a Aviñón, en el sur de Francia. De vuelta en Roma, el papa Gregorio XI decidió trasladarse desde Letrán al Vaticano, al otro lado del Tíber. El palacio de los papas era en esa época verdaderamente sencillo, y estaba situado en una zona alejada de los principales caminos, aunque tenía la ventaja de estar protegido por las antiguas murallas de la ciudad.
Gracias al papa Nicolás V, y de cara al Jubileo de 1450, el palacio del Vaticano empieza a convertirse en un punto de referencia para arquitectos y artistas. De esta época queda un valioso vestigio, la capilla con frescos de Beato Angelico, muy cerca de las Estancias de Rafael. Veinticinco años más tarde se construyeron la Biblioteca Apostólica (reconstruida y ampliada a finales del siglo XVI) y la Capilla Sixtina: de ahora en adelante las obras del Vaticano se convertirán en el principal centro del arte renacentista. Los papas de esta época competían por embellecerlo: Alejandro VI cubrió sus aposentos con frescos de Pinturicchio (cuyas habitaciones albergan ahora la colección de arte religioso moderno, encargado por Pablo VI); Julio II encargó a Bramante la reestructuración general de los palacios, con el Patio del Belvedere, la gran hornacina del Patio de la Piña y el Patio de San Dámaso; León X encargó realizar los frescos del tercer patio a Rafael. Pero todavía hay más: se añaden también la Capilla Paulina, por deseo de Pablo III, con frescos de Miguel Ángel, la nueva Biblioteca y la Scala Regia, la escalera monumental que conecta el vestíbulo de la Basílica de San Pedro con los Palacios Vaticanos, construida a mediados del siglo XVII por Bernini.
Desde finales del siglo XVIII, los palacios papales se van transformando gradualmente en un museo. Las primeras colecciones estaban dedicadas principalmente a la arqueología, y llevaban (y a menudo lo llevan todavía) el nombre del papa que las creó. En muchos casos, los papas emitían edictos y disposiciones para proteger el patrimonio artístico, antes que cualquier otro país del mundo.
CURIOSIDAD: en 1938, Adolf Hitler vino de visita a Roma invitado por el rey y Mussolini. El papa Pío XI no lo quería recibir y para evitarlo se fue a Castel Gandolfo. Pero sobre todo, en un hecho sin precedentes, hizo cerrar el museo y la basílica a todos los visitantes. Así Hitler no pudo poner un pie en el Vaticano.