Ahora te hablaré de una de las pinturas más admiradas de la National Gallery, es decir, el retrato de los llamados Embajadores franceses, de Hans Holbein el Joven. Firmada y fechada en la parte inferior, la pintura es la obra maestra suprema de este pintor de origen alemán, y sin duda uno de los retratos más maduros y complejos realizados en el Renacimiento. El artista lo pintó en Londres, adonde se había trasladado, convirtiéndose rápidamente en uno de los favoritos de la corte del rey Enrique VIII, que lo nombró su retratista personal.
Dado su considerable tamaño de dos metros por cada lado puedes fácilmente entender que esta pintura tiene un propósito de homenaje, de hecho, fue un encargo de Jean de Dinteville, embajador francés en Londres, para recordar la visita que le hizo en la Pascua de 1533 su amigo Georges de Selve, al que ves retratado a la derecha con ropas eclesiásticas, sobrias pero refinadas. El suelo recuerda al de la Abadía de Westminster, lo que reafirma la ambientación londinense de la escena.
Los dos jóvenes son, evidentemente, similares en cuanto a condición social, gustos, modos y pasiones intelectuales: de los objetos que contiene el mueble en el que se apoyan con despreocupada elegancia puedes deducir el interés de los dos diplomáticos en la música y las matemáticas. Pero esta pintura está impregnada de un fuerte componente simbólico y una inquietud palpable. Comenzando por su detalle más célebre, la gran mancha grisácea que se encuentra en el centro: si observas la pintura desde abajo te darás cuenta de que es una calavera, representado por medio de una deformación óptica llamada "anamorfosis", así que no te sorprendas si ves a algún visitante ¡tendido en el suelo debajo del cuadro! Este cráneo humano introduce una nota de agudo dramatismo, disonante también en cuanto al tamaño desproporcionado con respecto al contexto. El libro de música está abierto por dos himnos sagrados adoptados por Lutero, aunque comunes también a la tradición católica: Holbein pretendía probablemente aludir a los intentos que el propio Georges de Selve había hecho por conciliar a ambos bandos. El laúd tiene una cuerda rota: alusión a la precariedad de la armonía y la belleza, pero quizás también al difícil arte de la diplomacia en tiempos de tensiones, cuando la paz "pende de un hilo".
CURIOSIDAD: Hans Holbein también pintó el retrato de la princesa Cristina de Dinamarca, que agradó tanto a Enrique VIII Tudor que le pidió matrimonio. Sabedora de que una de sus esposas anteriores, Ana Bolena, había sido decapitada, Cristina se negó diciendo: "Si tuviera dos cabezas, le regalaría una con mucho gusto al rey de Inglaterra".