La obra que estás viendo, titulada «La muerte y la doncella», representa una época especialmente dolorosa de la vida de su autor, marcada ya por la temprana muerte de su padre, la turbulenta relación con su madre y la acusación de haber mantenido relaciones con una niña de 14 años.
A los 21 años, Schiele se enamoró de Wally Neuzil, la protagonista femenina del cuadro, de 17 años, y mantuvo con ella una profunda relación amorosa que duró casi cinco años. Además de ser su amante, la bella joven pelirroja se convirtió en su musa y modelo.
Este cuadro, realizado en 1915, representa a Schiele y a la niña entrelazados en un dramático abrazo final. Schiele se había casado el año anterior con Edith Wharms, quizá movido por intereses económicos, por lo que tuvo que dejar a su amante.
Ahora, fíjate bien en el cuadro: el color intenso del vestido de Wally contrasta con el hábito oscuro de la Muerte, que lleva el rostro del propio Schiele. Fíjate en la mirada fija del hombre, casi paralizado por el dolor. El abrazo de las dos figuras marca el final de un profundo vínculo que comenzó en la plena juventud de ambos y que se vio minado por el escándalo y los prejuicios. La suya no es una muerte física, pero su separación representa un duelo para ambos.
Las formas esqueléticas, las manos extendidas de la niña y las grandes manos de Schiele sujetando la cabeza y el hombro de su amada, hablan de un vínculo que, incluso en la distancia, permanece irrompible. De hecho, la joven nunca aceptó el final de su amor y murió dos años después en el frente, donde prestaba servicio como enfermera de la Cruz Roja.
Observa cómo el fondo de la obra, casi desnudo, acentúa el aislamiento de los dos amantes, con la única presencia de una sábana, extendida en el suelo casi como un sudario, y rocas en tonos amarillentos.
La obra incita inevitablemente a reflexionar sobre la esencia de la existencia, sus fragilidades y la precariedad de todo.
Curiosidad: a pesar de su separación, Schiele propuso un pacto a Wally: verse una vez al año para viajar juntos. Pero la temprana muerte de la niña, que falleció precisamente en uno de los lugares que habían soñado explorar juntos, supuso un nuevo sufrimiento para Schiele, que continuó celebrándola en sus cuadros.