El contraste entre los grandes protagonistas del arte europeo entre el Renacimiento y el Barroco se desarrolla principalmente en las salas más grandes del museo, que albergan las pinturas de mayor tamaño, ofreciendo al visitante un mobiliario lujoso y cómodo con sofás mullidos, paredes de colores y barandas de mármol oscuro que actúan como separadores.
Sin embargo, muchos prefieren dedicar más tiempo a visitar las salas más pequeñas que rodean los majestuosos salones, donde la solemnidad transmitida por la «gran pintura», herencia de las colecciones imperiales de los Habsburgo, se atenúa. Aquí uno casi tiene la sensación de estar más en contacto con los cuadros. A menudo, se trata de obras maestras que hay que descubrir poco a poco.
Entre las obras más misteriosas y fascinantes figura, sin duda, un cuadro de Giorgione, titulado tradicionalmente «Los tres filósofos». Pintado hacia el final de la corta vida del pintor veneciano, el cuadro presenta a tres hombres inmersos en la naturaleza de un bosque, mientras el sol se pone entre los árboles. El más joven, sentado, parece estar mirando hacia las profundidades de una cueva, mientras que el mayor sostiene diagramas con las fases de la luna. Se han hecho muchas interpretaciones sobre quiénes son los personajes: ¿simbolizan tres edades diferentes del hombre? ¿O tres continentes (Europa, Asia y África)? ¿O son los tres Reyes Magos esperando a que anochezca para observar la estrella fugaz en el cielo? El misterio detrás de esta pintura tan fascinante aún no se ha resuelto.
Curiosidad: entre los tesoros del museo, en la sala 8, se encuentra el famoso «Verano» del artista italiano Arcimboldo, que trabajó como pintor de la corte aquí en Viena. El cuadro es muy especial porque, la figura, retratada con rasgos humanos, está hecha con una composición de frutas y plantas. Forma parte de una serie de cuatro cuadros sobre las estaciones en los que Arcimboldo, con espíritu lúdico, quiso transmitir una reflexión sobre la relación entre el hombre y la naturaleza.
