Un personaje inimitable en la pintura de la segunda mitad del siglo XVI, que seguramente permanecerá ligado a tus recuerdos del Prado, es Doménikos Theotokópoulos, nacido en la isla de Creta. En ese momento, Creta pertenecía a la Serenísima República de Venecia, y después de haberse formado con un pintor de iconos, el artista se trasladó a Italia, permaneciendo en la Venecia de Tiziano y Tintoretto y en la Roma de Miguel Ángel.
Pero llegado un momento deja Italia y se traslada a Toledo, donde se convertirá en El Greco, es decir, seguramente en el pintor más original en activo en España entre los de su generación.
Estamos en la época de la Contrarreforma católica, y en sus retablos puedes captar una manera muy original de renovación del arte sacro. Sus pinturas religiosas son tan intensas y conmovedoras porque son obras "sin fondo", en las que todas las figuras destacan en un espacio vacío e irreal, con colores fosforescentes y gestos bloqueados: casi como si conservasen un vínculo con los iconos bizantinos que el artista había admirado y copiado durante su juventud en Creta. Te aconsejo que empieces por la Resurrección, el retablo que es una de sus obras más significativas.
El formato predilecto para las grandes composiciones de El Greco es un rectángulo muy alargado verticalmente. Esta insólita proporción da impulso a las figuras ahusadas, y permite configurar escenas en dos niveles, uno encima del otro. En la parte inferior, a menudo de tonos más oscuros, las figuras parecen más corpóreas, más terrenas; en la parte superior, por el contrario, deslumbran las apariciones divinas y los coros angelicales, y la luz estalla hasta disolver las imágenes.
En la etapa de madurez de su carrera, una vez superados los problemas económicos y establecido definitivamente en Toledo, el pintor dio plena expresión a su profundo sentido místico. La obra de la Crucifixión ofrece un ejemplo de gran impacto: mira el impresionante detalle de los dos ángeles que recogen la sangre de Cristo al pie de la Cruz. Para involucrarte emocionalmente, El Greco pinta escenas visionarias, de una sugestión irreal y deformada: un estilo inconfundible, que inaugura la extraordinaria etapa del siglo XVII, el Siglo de oro español, que en lo que a El Greco respecta sigue siendo inimitable. Quizás por eso El Greco permanecerá como una figura aislada, sin herederos artísticos.
CURIOSIDAD: las figuras alargadas de El Greco han suscitado desde siempre la curiosidad: algunos estudiosos creen que el pintor tenía astigmatismo, un defecto de la visión que provoca distorsiones en la imagen.