En una sección completa del Prado, al final de la galería principal, distribuida desde la segunda planta hasta la planta baja, tendrás la oportunidad de familiarizarte con las obras de Francisco de Goya, el mayor pintor español y europeo a caballo entre los siglos XVIII y XIX. Parte desde la galería principal del museo, en la primera planta, donde puedes admirar el gran retrato de la familia real pintado por el brillante artista. Sigue con un poco de paciencia las indicaciones, y llegarás a las salas, repartidas en varias plantas, que contienen docenas de lienzos que se corresponden con todas las décadas de actividad del longevo pintor.
Te presento a Francisco de Goya: adolescente inquieto y original, rechazado dos veces en la Real Academia de Bellas Artes de Madrid, amante de las mujeres hermosas, aficionado a la caza y a los toros. Su evolución artística lo lleva desde las refinadas escenas aristocráticas rococó hasta las más amargas reflexiones sobre el género humano.
Sus obras más serenas son las realizadas como modelos para tapices: momentos de felicidad de la vida cotidiana, a la resplandeciente luz del gran siglo XVIII europeo. Te recomiendo El quitasol, cumbre de la pintura juvenil de Goya.
Su éxito lo lleva a convertirse en el pintor de referencia del rey: conoce el lujo pero también la mezquindad de la corte. A finales del siglo XVIII mantiene un fuerte vínculo (tal vez incluso amoroso) con la hermosa duquesa de Alba. Suscitaron escándalo sus dos retratos de una muchacha (o "maja") tumbada, primero vestida y a continuación desnuda, porque se cree que la modelo era la bella duquesa: la Maja vestida y la Maja desnuda. En realidad es más probable que la modelo fuese una tal Pepita Tudó, amante del poderoso Manuel Godoy, para el que se realizaron los lienzos. Los dos cuadros se inspiran en la tradición de las "Venus" tumbadas del Renacimiento italiano, pero con un brillo de malicia y vitalidad completamente nuevo.
Con el paso del tiempo, sin embargo, te das cuenta de que los personajes de Goya pierden la vivacidad de los colores y la apariencia segura de los primeros años y comienzan a aparecer en espacios vacíos, en una quietud encantada. La sensación de soledad y aislamiento se ve aumentada por la enfermedad que había dejado casi sordo al pintor.
CURIOSIDAD: Goya era un cazador apasionado, y le encantaban los perros, sus fieles compañeros. Por el contrario, detestaba los gatos, que según él eran una encarnación del demonio. Entre los lienzos de su juventud, busca Riña de gatos: ¡es una de las pinturas más divertidas de todo el Prado!