Son muchos los visitantes del Kunsthistorisches Museum que suben directamente a la primera planta y acceden a la Pinacoteca, sin pasar por las salas de la planta baja. Es una pena, sobre todo en lo que respecta a las habitaciones de la izquierda: un auténtico tesoro, presentado en una disposición llena de encanto.
En las vitrinas brillan objetos de materiales preciosos: oro, plata, marfil, coral, nácar, mármoles raros, cristal de roca, piedras preciosas, vidrios moldeados y grabados. Todos elaborados con una habilidad excepcional.
Muchas de estas obras maestras pertenecen al sofisticado gusto de las cortes internacionales del siglo XVI. Un apasionado coleccionista de estos objetos fue el emperador Rodolfo II de Habsburgo, que trasladó la capital de Viena a Praga. Muchos objetos cuentan con mecanismos, engranajes y movimientos perfectamente restaurados: los visitantes pueden ver cómo funcionan gracias a los vídeos disponibles en las tabletas de las salas.
Entre los tesoros de esta sección destaca una de las obras de orfebrería más famosas del mundo: el maravilloso salero de oro y esmalte realizado hacia 1540 por el orfebre y escultor Benvenuto Cellini. El artista florentino lo realizó en el palacio de Fontainebleau del rey francés Francisco I, quien lo donó a la corte de los Habsburgo de Austria como mobiliario para banquetes. No hay que olvidar que esta obra maestra también tenía una función práctica, la de contener condimentos. Montado sobre una base de ébano, presenta las figuras mitológicas de Neptuno y Deméter, flanqueadas respectivamente por un templete y una concha, destinados a contener pimienta y sal. Como escribe el autor en su autobiografía, las piernas de las dos figuras se entrecruzan entre sí, como sucede a lo largo de una costa escarpada, donde las olas se mezclan con la playa; y, concluye Cellini, «y así con propiedad habíales dado aquella postura».
Curiosidad: en mayo de 2003, aprovechando los andamios instalados para la restauración de las salas, un astuto ladrón consiguió robar el preciado salero. Para demostrar que estaba en posesión de la obra y exigir un rescate, el ladrón envió el tridente de Neptuno a la dirección del museo. Las negociaciones no llegaron a ningún acuerdo, pero, afortunadamente, el preciado objeto fue encontrado en enero de 2006, oculto en una caja enterrada en un bosque en las afueras de Viena.