GALERÍA BORGHESE, Rafael-El Santo Entierro_Sala 9

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español Idioma: español

Traslado de Cristo no es el único nombre con el que se conoce esta obra de Rafael Sanzio. A veces se denomina Deposición Borghese o, mucho más a menudo, Retablo Baglioni.

La triste historia de esta obra está ligada a su compradora, la noble Atalanta Baglioni, que encargó a Rafael, en aquel entonces un artista emergente, un retablo para la capilla de su familia, la iglesia de San Franceso al Prato de Perugia.

La mujer, viuda desde hacía años, tenía un hijo llamado Federico, apodado Grifonetto, en recuerdo de su padre Grifone. El joven, por desgracia, tuvo la desafortunada idea de participar en una conspiración dentro de su propia familia, a consecuencia de la cual fue asesinado con solo 20 años.

Para Atalanta Baglioni, la obra era un homenaje a su hijo perdido, una representación de su inmenso dolor de madre, hábilmente expresado por Rafael en los rasgos de sufrimiento de María, retratada en segundo plano a la derecha, inconsciente, con el rostro marcado por el dolor.

Originalmente, lo que estás contemplando era la parte central de un retablo que incluía también una parte superior, hoy conservada en la Galería Nacional de Umbría, que representa a Dios Padre bendiciendo, y una parte inferior con las Virtudes Teologales, hoy conservada en los Museos Vaticanos.

Después de un siglo en la iglesia a la que estaba destinada, la obra que contemplas llamó la atención de Scipione Borghese, sobrino del papa Pablo V, durante su estancia en Perugia por motivos académicos. Pues bien, el futuro cardenal se enamoró de ella y consiguió, con la complicidad de los frailes encargados del lugar, que fuera robada y trasladada al Santo Padre en Roma, quien se la regaló a su sobrino.

Como consecuencia, se produjo un conflicto diplomático con la ciudad de Perugia, que, como compensación, obtuvo una copia del retablo realizada por Giuseppe Cesari, pintor conocido como Cavalier d'Arpino.

 

Curiosidad: se dice que, tras la muerte de su hijo, Atalanta Baglioni cogió las ropas ensangrentadas y las depositó en la escalinata de la catedral de Perugia, pidiendo a los ciudadanos que esa fuera la última sangre derramada sobre la ciudad.

 

 

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